miércoles, marzo 12, 2008
Cuando era pequeño, poco después de asimilar el arte de atarme los cordones de los zapatos, aprendí a hacerme el nudo de la corbata. Lo primero resultó difícil, tal vez debido a mi natural aversión a las labores rutinarias (salvo planchar, lo odio todo, incluido el estudiar), pero lo segundo, fue un aprendizaje harto placentero, pues yo asociaba la corbata a los acontecimientos sociales donde se come, se bebe y se baila de manera especial. Eran los actos donde mi padre solía llevar corbata, al menos la primera media hora. Nunca ha puesto demasiada atención a eso de ser elegante.
Con todo, él era mi referente, me encantaba cuando se ponía corbata, y como yo veía que los otros adultos también lo hacían en los acontecimientos señalados en los que yo me lo pasaba bien, pues empecé a tener cierta querencia por las corbatas. Lo asociaba a lo positivo de la vida.
Pero había otra razón por las que yo las juzgara como elemento positivo de la indumentaria masculina: algunos de los profesores a los que yo tanto admiraba las llevaban, generalmente debajo de un jersey de pico. Sin duda, la corbata combinada con jersey de pico ha desaparecido en la moda de los docentes. Puede que alguno todavía lo lleve, no lo sé. Espero saberlo este septiembre.
De mis amigos de la adolescencia, que aún hoy conservo y me enorgullezco por ello, debía ser el único que con quince años sabía hacerse el nudo de la corbata. Como casi todos estudiamos carreras universitarias, muchos de ellos ahora son "obreros de cuello blanco", como se suele decir. Es decir, tuvieron que aprender a hacer el nudo de la corbata por imperativo de la conducta social en las empresas. Se les puede ver con sus ternos impecables en los trenes de cercanías, más o menos modernos, más o menos clásicos. Cuando quedamos para tomar una cerveza, a veces se quejan de tener que acudir al trabajo trajeados. Qué cosa curiosa: debí ser el primero en aprender a anudarme la corbata y sin embargo, nunca he estado en un ambiente laboral en que sea políticamente correcto el llevarla.
Tal vez por eso, todavía, cuando por una boda me la pongo, me la anudo con cierta alegría infantil. Otro gallo cantaría si cada día muriera ahorcado por la amarga cotidianidad utilizando esas sogas de colores.
Aunque me gusten mucho, si consigo ser profesor creo que no llevaré corbata y jersey de pico a clase. No obstante, creo que eso no evitará que mis adolescentes alumnos no me vean como un ser anticuado que habla de cosas obsoletas ¿Qué más arcaico que los poemas y las normas de ortografía?
No sé cuánto tiempo les queda a las corbatas en la moda masculina. Intentos de erradicarlas ha habido muchos por parte de los modistas, y tal vez de la derrota de éstos se deba a que se hayan ensañado con las modelos, haciéndolas estar tan delgadas como si estuvieran que estar todo el día agarradas al cuello de un hombre y para que éste soporte su peso hubieran de ser livianas.
Cuánto tiempo les queda a los pedacitos de tela de colores de apretar cuellos, eso nadie lo sabe. Algunos dicen que morirán cuando caiga el actual sistema económico, otros que serán eternas como las pirámides, y habrá otros, que me estarán leyendo, que se preguntarán cómo podíamos llevar tan ridículo y asfixiante lazo todo el día al cuello, inclusive en verano. Y tendrán razón.
Aunque no sé por qué, me gustan las corbatas.
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1 comentario:
Yo siempre digo que no me gustan... de hecho, tampoco me gustan mucho los trajes... os prefiero más de "andar por casa..." pero reconozco que a algunos de vosotros os quedan endiabladamente bien.
Si hay que ponerla, se pone... y sino... pues oye... siempre podrás hacerle el nudo a tus amigos cuando se vayan casando... suena a momento sensiblero eh?
Muxuak Jekyll.
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