jueves, agosto 02, 2007


Entre las cosas de mi familia perdidas en el reino de nunca jamás destaca una: el Quijote encuadernado en pergamino que pertenecía a uno de mis bisabuelos maternos que pese a que murió hace más de cuarenta años, todavía es recordado en mi pueblo como uno de los hombres más sabios que dio la comarca. Tanto es así, que durante la guerra, un teniente que pasaba por allí y con el que trabó amistad le dijo: "caballero, de haber nacido usted en la ciudad, o hubiera acabado loco o hubiera llegado a ser presidente de la República"
Mi bisabuelo era un hombre rural y culto, sí. De gran calidad humana, según los que le conocieron. Poseedor de una pequeña biblioteca, entre los que destacaba por su valor un Quijote encuadernado en pergamino.
No me puedo imaginar lo bonita que debería ser la tipografía, con letras capitales con hermosas filigranas, con grabados que costarían días el hacerlos...
Parece ser que mi bisabuelo solía ir a Segovia a buscar en alguna librería de viejo pequeños tesoros, y entre los anaqueles llenos de polvo de esa librería dormitaría, a la espera de que alguien le volviera a abrir, esa joya bibliográfica. Me lo puedo imaginar a mi bisabuelo, una vez en el hogar, devorando ese libro, quitándole horas al sueño hasta acabarlo. De acuerdo, tenéis razón, es una imagen idealizada de mi antepasado; pero estoy seguro que se ajusta bastante a la realidad de lo que pasó.
No sé los años que tuvo ese libro mi bisabuelo en sus estanterías. Lo que sí sé es que no debería lucir muy bien, porque el pergamino es un material que se afea con el paso del tiempo. Lo que sí que sé es que, acabada la guerra, ese libro todavía existía. Era esa parte de lo sublime que había sobrevivido a la guerra. Pero no sobreviría a la posguerra.
Dicen los más viejos que peor que las guerras son las posguerras, y acaso tengan razón. Yo no lo sé y espero no saberlo.
En la posguerra española faltó de todo: justicia, clemencia, comida... Salvo en algunas pequeñas zonas rurales. Sí, parece ser que mi pueblo, afortunadamente, se libró de las hambrunas. Pero había otras carestías: en mi pueblo faltaba papel para hacer los moldes para las magdalenas.
Mi bisabuela tenía un problema: y es que tenía de todo pero le faltaba algo donde poner las pequeñas masas que luego calentarían en el horno. Miró a su alrededor y no encontró nada "¿A quién pedir papeles que no les valgan?" Se preguntaba. Me figuro que en las casas que preguntó nadie tenía de eso. Muchos la mirarían con cara de ver a un extraterreste "¿Y ahora qué hago?" Se preguntaría "Pues yo tengo que hacer magdalenas y de algún sitio tengo que sacar el papel para los moldes" Miraría en las estanterías de esos libros que hace tiempo no ve coger a mi bisabuelo. Y le diría a su hija, la mujer que siempre soñó con vivir en la ciudad, la que sería mi abuela:
- Felisa, coge el libro ése que está tan viejo, con las tapas feas y arrugadas, que ya sé con qué vamos hacer los moldes.
Cuentan que mi abuelo, cuando vio al estropicio, se limitó a encogerse de hombros con resignación cristiana, como diciendo: "Bueno, menos mal que ya me lo había leído".
La pirámide de Maslow se divide en cinco necesidades básicas:
5.-Necesidades fisiológicas, comida, bebida, vestimenta y vivienda.
4.-Necesidades de seguridad, seguridad y protección.
3.-Necesidades de pertenencia, afecto, amor pertenencia y amistad.
2.-Necesidades de autoestima, autovalía éxito y prestigio.
1.-Necesidades de autorealización.
El Quijote de mi bisabuelo pasó de la primera categoría a la quinta entre lo que dura la cocción de unas magdalenas y una posguerra. He de decir que ese Quijote dio más magdalenas que lecturas, puesto ya que el daño estaba hecho, mi abuelo dejó que en los meses sucesivos mis abuelas acabaran con el Quijote a base de quemarlo poco a poco. Qué curiosa ironía ¿Qué pensaría Proust de las magdalenas al saber de todo esto?
Ni se sabe el valor bibliográfico que tendría actualmente el libro. Sin duda pertenecía a las primeras ediciones, pues la encuadernación en pergamino no se practica en España, salvo en ediciones muy especiales, desde hace por lo menos tres siglos.
En fin, qué le vamos hacer. Esperemos que vengan tiempos en los que no falten ni los Quijotes ni las magdalenas, y sobre todo hombres y mujeres tan buenos y tan sabios como mi bisabuelo... y tan prácticos como mi bisabuela.