martes, diciembre 26, 2006

Estamos todos contentísimos con mi sobrino. Está grande y rollizo; seguro que saldrá listísimo y espero que lleve la vida más feliz posible.
Qué pena que no se dé cuenta de la mayoría de las celebraciones y risas que tenemos por su causa: celebramos cuando se ríe, cuando se hace caca, cuando eructa. ¡Es el mejor tiempo en la vida de un hombre! Si alguno de nosotros eructara después de comer, nos pondrían de guarros hasta arriba. Si lo hiciéramos, por ejemplo, en la comida de la empresa, significaría la muerte social en nuestro departamento y eliminaríamos para siempre nuestra posibilidad de ascenso. Y por supuesto, a la hora de ir al baño, sólo celebramos nosotros mismos el acto de la defecación; si damos publicidad al importante hecho de que por fin no estamos estreñidos, nos dicen guarros y que si no tenemos de otra cosa mejor de la que hablar. ¡Qué afortunado es mi sobrino!
A lo mejor por eso, vivimos la niñez siendo el centro del universo; en los cumpleaños somos los reyes y son hasta reyes los que nos traen el regalo por navidad. Lo malo es cuando crecemos, que siempre llega alguien que te recuerda lo insignificante que eres para la humanidad: la primera chica o chico que te rechaza, el primer jefe que te trata mal.
Es como si nos cargaran cuando somos pequeños las pilas del autoestima y según va transcurriendo el tiempo, las circunstancias nos las van vaciando. Si hay algo que no es recargable es el ego y las neuronas. Empiezas siendo un dios y acabas siendo un vulgar tornillo de este gran engranaje que es la humanidad.
Yo procuraré que mi sobrino se siga sintiendo un rey, intentaré prevenirle de los peligros que le acechan y sobre todo que, si se encuentra con alguien que no le ama, le persuadiré de que no deje nunca de amarse a sí mismo.
Teniendo yo diez años, hubo un tipo muy bruto amigo de mis padres que me dijo unas palabras que se me quedaron grabadas para siempre:
-"a este niño le quedan por recibir muchas hostias"
¡Qué razón tenía el majadero! Reconozco que me hizo touché. Pero también le agradezco que me hiciera lúcido porque gracias a su crudeza ahora veo menos gigantes y sí muchos más molinos.