miércoles, enero 16, 2008

Le vi en el último examen que me presenté para auxiliar administrativo. Era un viejo compañero de mi penúltimo trabajo, en la universidad, donde por cierto, me encontraba muy a gusto, en mi despachito, con mi ordenador, alejado del mundanal ruido, en el extremo más recóndito del campus. Si no fuera por mi vocación de profesor, diría que echo bastante de menos ese trabajo de cifras y letras, en el cual yo era mi propio jefe, mi organizador. Pocos eran a los que yo tenía que rendir cuentas. Ventajas de trabajar en un departamento de una facultad. Gracias a ello, además, aprendí cómo funcionaba por dentro la universidad y he de decir que no la conozco sólo como alumno, también sé algo de sus mecanismos, sus leyes, tanto escritas como no escritas, que de eso tiene también algo una de las más benéficas instituciones que tiene un país.
La universidad también participa de esos males que están corroyendo a la sociedad de hoy, pues como no podía ser de otra manera, es parte de la misma. De eso mucho puede decir mi conocido, tanto o más que yo mismo.
Mi antiguo compañero venía al mismo examen que yo, era, por lo tanto, otro competidor más, alguien al que yo tenía que batir para conseguir la ansiada plaza fija. Sin embargo, lo que me contó me hizo desearle toda la suerte del mundo, tanto o más que la que tuviera yo para conseguir el ansiado puesto dentro de la administración.
Él, como yo, cubrió una plaza de interino. Estuvo más tiempo que yo como trabajador de la universidad porque tuvo la suerte de que su plaza no salió hasta bastante tiempo después que la mía. Pero se enteró de su salida de una manera especialmente cruel. Un día le llamó el que antaño gestionaba parte del departamento de personal:
-Oye, que te llamo para darte la enhorabuena por el feliz nacimiento de tu hijo
-Gracias, hombre. Es un detalle que hayas llamado.
-Lástima que esta vez no se cumpla aquello de que los niños traen un pan debajo del brazo...
-¿Cómo?¿Qué quieres decir?
-Ah, pero..¿No te has enterado? ¡Dios mío! Me parece que he metido la pata...
-No me digas que vienen a cubrir mi plaza.
-Pensé que lo sabías. De verdad que lo siento mucho. Mira, yo no sé cómo arreglar esto. Te pido mil disculpas. No sabes cómo lo siento.
-Más lo siento yo, desde luego.
-Bueno, no desesperes. Si me entero de algo...Lo que sea...¿En qué puesto quedaste en la lista?...Veré lo que puedo hacer... De verdad, cuánto siento la metedura de pata.
Cuando colgó, mi compañero le vinieron a la mente toda clase de improperios para el inoportuno metepatas. Demasiado humano es querer matar al mensajero. Pero la racionalidad se impuso pronto y mi compañero pensó que no era plan de asesinar a alguien, pues no quería que su hijo creciera con su padre en la cárcel. Bastante tenía con tener a su padre en el paro.
Pero un clavo sustituye otro clavo. Creo que ahora su plaza la cubre un chico que se gasta todo el dinero en hacer tunning a su coche, al fin de al cabo, qué más da quien haga el trabajo, si un padre de familia o un flipado del automovilismo, si algo sobra en este mundo son seres humanos, incluidos un padre, una madre y sus hijos. Por cierto, que a la madre ya la habían echado antes. Nos dieron la patada a los dos a la vez.
¿Y qué más da la vida de esa familia al estado? Dicen las campanudas voces del PP que van a crear un ministerio de la familia. Me parece muy bien ¿Será para defender a estas familias de circunstancias tan adversas como ésta o por si el hijo les sale maricón? ¿Y para qué crear un nuevo ministerio, si desde el ministerio de trabajo se puede defender muy bien a las familias, luchando contra la precariedad laboral?
Siempre he defendido el legítimo anhelo que tiene el interino de procurar que esa plaza temporal que cubre se convierta en su plaza fija. El triste caso de esta familia da fe de que estoy en lo cierto. Y si mi opinión no os parece autorizada, os recomiendo leer Miau, del gran maestro Galdós, donde el problema de los funcionarios cesantes ya viene tratado con todo el drama que eso conlleva.
La gente dice que si los funcionarios son privilegiados, que si los días moscosos, que si las vacaciones, que si el sueldo, que ya es más que decente comparado con el sector privado. Pues bien: yo digo que ojalá todos fuéramos funcionarios. Fijos.
Eso sí que sería un buen objetivo del futuro ministerio de la familia, y no el perseguir homosexuales y condones.