lunes, febrero 18, 2008


Leo en el diccionario la definición de la palabra demagogia:
"Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular". Vaya, ahora lo tengo más claro. Los políticos y periodistas, de tanto usar las expresiones como "prácticas demagógicas" o "comportamientos demagógicos" me habían hecho olvidar qué significado encerraba la palabra en cuestión. De tanto usarla, la habían matado.
Es de uso obligado para un político, de cualquier rango y condición, el tener ese vocablo a mano para denigrar al oponente. Demagogo es la peor ofensa que se puede hacer por estos lares. El vocablo se utiliza si alguien promete más hospitales públicos, ferrocarriles, aumentar el salario mínimo, mejorar las formas de contratación, hacer más bibliotecas, mejorar el medioambiente o construir un polideportivo: toda iniciativa ha de ser tildadada de demagógica, sin más. Los políticos no están para regalar los oídos de sus electores. Hasta aquí hemos llegado. Martin Luther King era un gran demagogo porque dijo que tenía un sueño, y eso, en estos tiempos que corren, es de la peor charlatanería jamás pronunciada.
Ahora, lo que está de moda no es prometer imposibles ("Seamos realistas, pidamos lo imposible", ja, ja). Ahora, lo que está de moda es meter miedo. A que te embarguen el piso, a perder el trabajo, a los terroristas...Hasta Benedicto XVI ha hecho reformas en el Vaticano para que haya un sitio para el infierno ¿No dijo Juan Pablo II que el infierno no existía? Pues ahí está, según se entra por la Capilla Sixtina, a mano derecha. Ciudadanos, hay que tener miedo, aunque el lobo se coma antes a las ovejas más temerosas.
Nuestro políticos, como los lobos, se van a lo más fácil. El miedo no compromete a nada, pero las promesas sí. Para contrarrestar el influjo que tiene en el electorado las promesas, se las tilda de demagógicas y se pasa rápidamente a otra cosa, para que el electorado no se dé cuenta de la diferencia que existe entre ser un embaucador y ser un político que por razón de su cargo tiene que mejorar las cosas. Además, si se tilda de demagogo al oponente, uno se libra de tener que mejorar el compromiso dado por el otro. Es más fácil pasarse toda una campaña electoral tildándose mutuamente de charlatanes que al que le toque gobernar cumplir las promesas, que por cierto, se hacen para no cumplirse, como todo el mundo sabe. Ser buen gobernante es muy cansado y nada agradecido.
Es mucho más fácil gestionar el miedo, y si no que se lo pregunten al Bush segundo. Con un poco de suerte y algo de maña puedes hasta pasar por ser un gran estadista en un momento dado. Después del 11-s, el genocida tenía un 80% de aprobación en la ciudadanía americana. Cualquier líder que se precie le hubiera gustado tener una popularidad así. Los ciudadanos norteamericanos tenían miedo y él dio con la solución: Bombardear un país lejano para apaciguar el cabreo del ciudadano medio. Afortunadamente, en su país hay gente inteligente. No todo el mundo cayó en la trampa . Ahora sólo falta saber cuándo le harán pagar por ello. Si nos mientes, canalla, al menos no nos asustes.
Si nos tienen que engañar a la fuerza, si ese es un mal inevitable de la política, prefiero que lo hagan a base de demagogia antes que de miedo, pues este último es lo más letal. Y peor es cuando un político aúna las dos cosas.
Mil veces prefiero a un demagogo que el señor oscuro y embaucador de la foto que aún hoy mete miedo.