lunes, mayo 21, 2007

Yo creo que todos estamos, en mayor o menor medida, preocupados en cómo nos ven los demás. Freud, dividía la mente en tres partes: el ego, el superego y el "ello". Del resultado de las tres, sale nuestra personalidad, y de ese gran Iceberg, los demás sólo ven la punta. De eso poco los demás construyen imágenes de nosotros, que son los diferentes yoes sociales con los que cargamos a lo largo de nuestra vida para bien o para mal.
Yo siempre he sido el mismo, pero según la vivencia y el lugar, la percepción de mí mismo que han tenido los demás ha sido muy diferente. Ahora, por ejemplo, en el hospital tengo hasta el momento el rol de auxiliar administrativo competente que se adapta con facilidad a las nuevas situaciones; a la fuerza ahorcan: he cambiado tantas veces de departamento y de contratos que porque me sigan contratando me he tenido que adaptar a marchas forzadas a nuevas tareas y a nuevos compañeros, que ésa es otra. También he desarrollado cierta inteligencia emocional, es decir, que detecto mejor la "personalidad laboral" de las personas con las que me toca convivir en el hospital día a día. Gracias a los buenos informes de mis jefes, he ido encadenando contratos a lo largo del año, aunque a veces quemaría el Departamento de Recursos Humanos del Hospital por no hacerme contratos largos y tenerme sólo para sacarles de los apuros, por cierto, algunos muy gordos, como el del proceso de selección del que alguna vez os hablé.
Sin embargo, no siempre fue así. Recuerdo que cuando me hicieron el primer contrato de Secretario en mi vida apenas sabía nada de ofimática. Tuve la mala suerte de dar con una compañera ultracompetente, que se pasaba de exigente y que encima enseñaba poco de sus habilidades. Total, que me tuvo más de un año sin hacer prácticamente nada porque para la mujer yo no daba la talla. Con el tiempo, hice cursillos relacionados con el puesto y aproveché el mucho tiempo libre que tenía para aprender, aunque ella no lo viera. Tuve la oportunidad de tomar las riendas del departamento cuando ella tuvo una baja, y gracias a eso, me demostré a mí mismo que no era el incompetente que en sus esquemas mentales rígidos habían dibujado para mí. Cuando ella se ausentó, el Departamento no cayó en el caos y la destrucción imaginados por ella, y obtuve por ello una pequeña victoria. Pero, desgraciadamente, mi autoestima estuvo durante mucho tiempo por los suelos.
Cuando no caes bien a alguien, construye una imagen de tí mismo deformada, que no tiene por qué ser verdad ¿Es más yo el auxiliar administrativo incompetente que se construyó para mí esa mujer, o el auxiliar administrativo eficaz y flexible que ahora trabaja en el Hospital? Los dos soy yo, pero son dos yoes sociales obligados por mis circunstancias laborales. Por cierto, me he alegrado siempre de que esa mujer no me hiciera tirar la toalla. Gracias a ello sé bien mi oficio.
Dando un paso atrás en el tiempo, recuerdo que un compañero de la universidad -de ésos que son peores que el tener enemigos- construyó para mí una imagen como de borracho inconsciente que sólo piensa en fiestas y mujeres. He de decir que algo de verdad había en ello, pero esa imagen que dio de mi era más de una caricatura que de la persona real que era yo. De hecho, esa imagen que propagó condicionó en mucho el trato que me dispensaban mis compañeros de facultad. No discuto que algo de verdad había, ¿pero qué universitario de diecinueve años no quiere irse de fiesta y de ligoteo? ¿Era yo diferente a mis compañeros? Creo que no, pero la caricatura hecha a medias entre mis actos y sus palabras hizo mucho daño a mi imagen pública.
También he sido el tímido, el raro, el extrovertido, el simpático, el buen amigo (para la mayoría) el mal amigo (para la minoría) el buen hijo (en algunas ocasiones) , el mal hijo (que también), el tonto y el inteligente. y todo sin salir de mí mismo.
Ahora, afortunadamente, tengo un poco más de madurez por la edad y puedo decir que todos esos eran yo pero a la vez ninguno de ellos lo eran y que las personas que te conocen superficialmente son como esos espejos deformantes que tanto le gustaban a Valle Inclán y que tantas imágenes diferentes daban según el cual se reflejara uno.
Quizá los únicos espejos que te puedan dar una imagen fiel de ti mismo sean los más fieles a ti entre los hombres: los que te quieren. Por eso, estáte al tanto si en esos espejos ves reflejado a un Dorian Grey: es que te estás equivocando.