domingo, diciembre 16, 2007

No me cuesta decir que me he equivocado y que debo de contradecirme. Sí, he errado. Lo he hecho con buena fe, aunque llevado de un pesimismo fruto de mi mala leche contra la humanidad a la que pertenezco, que me hace desear que mal rayo o meteorito nos parta a todos. En algunas entradas, me he regodeado de la estupidez del género al que pertenecemos todos, he dicho que somos seres insignificantes, los más absurdos de los monos. Bueno, esto último lo mantengo. Somos monos absurdos y mil mentiras religiosas de esas que propugnan ahora sectas norteamericanas cercanas al gobierno del imperio no han de venir a convencerme de lo contrario. Es más, ellos son los más malvados y estúpidos de los monos que gobiernan esta tierra.
Pero eso que decía de que somos insignificantes, en las últimas 24 horas, mi sobrina, mi amor, uno de los seres a los que yo más quiero, me acaba de destrozar la teoría. En apariencia, nada ni nadie hay más insignificante que ella, apenas cuatro kilos de peso, pequeña llorona, rodeada de cables, y sin embargo, con su enfermedad, que la obliga a estar en la UVI, tiene a un montón de adultos danzando a su alrededor, sufrientes, minúsculos seres desprovistos de la tan necesitada omnipotencia, preocupados por una pequeña niña que no tiene nada de insignificante, aunque no ande, aunque no mire, aunque no diga nada.
Beatriz ha llegado al mundo y ya lo está modificando. Su existencia aquí nos condiciona a los seres que más cerca estamos de ella a este lado del universo. Es una pequeña lucecita que nos calienta pero que está débil, está enfermita, muy enfermita, frágil y poderosa a la vez por todo el amor que genera en nosotros.
He visto a Dani, su padre, llorar por primera vez; he visto, por primera a vez en su vida, a mi hermana, no saber qué hacer, ella que tan segura estaba de todo, primogénita de facto de la familia, que tantas veces me ha dicho "¿Por qué no pones remedio a tal cosa, opo? y ahora, con su niña, la seguridad perdida, las decisiones imposibles de tomar, el no poder hacer nada, siendo otra niña en compañía de su niña.
Beatriz, amor mío, apenas tienes cuarenta días. No lloras, no andas y estás rodeada de cables, combatiendo contra un mal del que has de salir vencedora, por todos nosotros, pero por ti sobre todo, la más brillante estrella de este lado del cielo ( a veces se nos olvida que este planeta está en medio del cielo) y que tienes la obligación de salir de ésta, pues eres la esperanza, el ser más inocente que hay en este mundo, la razón más poderosa para levantarnos todos y mejorarlo.
Y es verdad que no somos nada, pero mientras somos, lo somos todo, y Beatriz, tan pequeña, es más que nadie, más que sus padres, sus abuelos, sus tíos, que no somos más que pequeños seres que temerosos observan las evoluciones de su estrella, y nos obligamos a ser optimistas. Que el diablo me lleve si cometo la maldad de caer en esa flaqueza que algunos confunden con la lucidez, que no es otra cosa que esa fantasía de lo lúgubre llamada pesimismo.