Caperucita roja era una fábula de transmisión oral que circulaba por Europa. Según la Wikipedia, fue Charles Perrault el primero que recogió la historia en un volumen de cuentos editado en 1697. La historia es de sobra conocida: una niña va por el bosque, se encuentra con el lobo y le salva el leñador.
Siempre me he preguntado si es verdad la interpretación que yo me he dado a mí mismo desde que tenía catorce años y un montón de hormonas corriendo por mi cuerpo: yo pensaba en que la moraleja de esta historia nos venía a decir que las mujeres se tienen que andar con cuidado de con quién se acuestan. El cuento es un pelín machista. Además, no tiene un cuento o similar equivalente en hombres. ¿O tal vez sí, me refiero cuando Ulises, en el canto XII, es atado al mástil para poder escuchar el hipnótico canto de las sirenas? Yo creo que ambas situaciones tienen el mismo mensaje subliminal: cuidadín cuando te acerques a personas de distinto sexo.
Pero ahí acaban las similitudes: mientras que Caperucita es una chica inocente e ingenua a punto de iniciarse en los misterios de la vida, Ulises es un hombre curtido en mil batallas y envuelto en cientos de peripecias. La una no tiene ni idea de con quién se juega los cuartos, y el otro, que sí lo sabe, pide por ello a sus hombres que lo aten a un mástil. Ya estamos con los dos tópicos más generalizados de la literatura: mujer ingenua, hombre bragado y valiente que sabe lo que se cuece.
A mí, que tan interesado adolescente era por el sexo, no se me escapaba la intención del cuento: prevenir a las mujeres que se van a iniciar en ello. El lobo está en el bosque, es lo desconocido, lo misterioso, lo peligroso. En cambio, el leñador es el hijo de la vecina, previsible y de vida vulgar que oferta un porvenir, pues eso: vulgar. No en vano, Caperucita, haciendo caso omiso de las advertencias de su madre, se pone a hablar con el lobo. Porque al igual que Ulises, Caperucita tiene espíritu aventurero.
Siempre han tenido más éxito con las mujeres los hombres que aparentan ser lobos que los que aparentan ser leñadores, me decía yo entonces. Pero claro, yo no podía aparentar lo que no era. Esas cosas siempre acaban mal. Y si no hubiera sido por el leñador, las cosas hubieran acabado muy mal para Caperucita.
Fijáos qué diferencia: mientras Ulises, que consciente de los peligros del canto de las sirenas, decide que la tripulación le ate un mástil, Caperucita, sin embargo, habla con el primero que le pregunta. Qué inconsciente ¡y llevando una caperuza roja!
De todo el mundo es sabido que el color rojo es el color de la pasión; la lujuria se ha representado muchas veces como una mujer con un vestido de ese color. Caperucita no es del todo inocente.
Quizás el único inocente de esta historia sea el leñador. Pero quién sabe. A lo mejor mató al lobo porque era él el que deseaba ser comido.