No se suele hablar de las cosas que a uno no le hacen sufrir. Pese a que llevo escritos más de quinientos folios, hay temas que no he tocado. Tal es el ejemplo de la homosexualidad, que como no sufro el rechazo de los malnacidos que marginan por ese asunto, pues no es una circunstancia que me quita el sueño.
Los homosexuales deben ser optimistas: se ha avanzado mucho en pocos años y no me espero que haya una regresión futura que los haga volver a los sótanos de la marginalidad. Afortunadamente, y ese es el mayor logro, hasta los más retrógrados callan porque ya no es políticamente correcto arremeter contra las personas con dicha orientación sexual.
En el edificio donde viven mis padres vivieron hace un tiempo una pareja de lesbianas. Eso, no hace más de treinta años, hubiera significado una bronca monumental de los vecinos: las chicas se hubieran tenido que ir entre el vocerío generalizado llamando a la decencia y la dignidad. Hoy, sin embargo, se han ido sin que nadie se percatara o llamara la atención sobre ello porque acaso les interesara más vivir en otro sitio por razones de otra índole que en nada tienen que ver con lo que piensen sobre su orientación sexual los vecinos.
También se ha ganado en que muchos ya no tienen la necesidad de ocultar la homosexualidad formando un matrimonio convencional. Debe ser muy doloroso vivir una mentira día tras día, defraudando a tu pareja con la mentira de decir que te atrae, cuando en realidad estás pensando en darle esquinazo para correr en brazos de otro u otra y eso no es diferencia respecto a otros infieles.
En fin, la verdad es que poco puedo aportar en este tema, pues más tendrán que decir los que han sufrido las intolerancias de una sociedad estúpida. Yo sólo tengo que decir que me alegro profundamente de que este colectivo ya sólo tenga una etiqueta: la de ciudadanos. Y ya no se aceptan más preguntas