Esta mañana vino una chica rubia a presentar sus papeles para la plaza fija de la administración. A mí me toca encarnar al funcionario parapetado detrás de un mostrador, a ella, la anhelante opositora que odia la gris burocracia. Y vaya si la odia.
Uno tiene ciertas tablas en esto de la administración. Intenta que el yo-tristopositor se desligue del yo-guardián de la burocracia, pero hay veces que tanta agresividad en una persona hacen que uno esté a punto de perder los papeles, la educación, el oremus y la madre que le parió a este absurdo de sociedad. Porque no me diréis que no es absurdo que un temporal haga de gris funcionario recogiendo a otros pobres temporales los papeles necesarios para optar a una plaza fija.
La rubia luchaba contra todo: contra las bases de la convocatoria, contra las normas establecidas y contra mí. El caso es que, a pesar de ser víctima de sus invectivas, yo la entendía. Me acordaba cuando yo me ponía colérico contra las jugarretas de las compañías telefónicas y llamaba al servicio de atención al cliente y me atendía una pobre operadora que la tenían allí como monigote sufridor de los golpes causados por los desmanes de sus superiores. Así me sentía yo: por un lado, me pagaban por defender el proceso selectivo, por otro, comprendía la agresividad de la rubia, harta tanto como yo de estar saltando constantemente de un trabajo a otro, sin estabilidad y teniendo que enfrentarse a multitud de procesos absurdos para un mismo puesto de trabajo como si no hubiera demostrado ya su valía en ese puesto de trabajo que ha desempeñado una y mil veces.
Por lo menos no me insultó. Ahora, en comunicación no verbal, hizo un repaso contra mí de todos los gestos que tenemos los humanos para representar enfado, hostilidad, odio y agresividad. Y yo diciéndome: "tranquilo, Tristopositor, que no va contra ti. Va contra el funcionario gris que le está diciendo que esos puntos no le valen porque
así lo marcan las normas de la convocatoria". Pero claro, como la chica rubia no ve otra cara a la convocatoria que la mía, ni otra voz de las normas que la que le digo yo, pues hala, a recibir por todos los lados. Y claro, tú pierde la compostura, que verás lo que te pasa a ti por vocear a una aspirante y llamarla por el nombre del puerco.
Si al menos fuera fijo, bueno. Aguantaba con estoicismo los envites. Sería condescendiente con ella y le diría "Hijita mía, ya te llegará" Pero resulta que estoy como ella, harto de andar dando saltos de una empresa a otra y encima teniendo que defender un proceso selectivo que ojalá no existiera.
¿Existe el libre albedrío? Nos preguntaba esta mañana un periodista a los lectores en el periódico gratuito que me ofrecieron en la estación de tren donde empieza mi jornada diaria. Desde aquí digo que no existe el libre albedrío. Ni para la chica ni para mí. Está claramente reñido con nuestra supervivencia.
Quizás el poco libre albedrío que yo pueda tener son estas pequeñas revelaciones que os hago a vosotros, amables lectores.