miércoles, febrero 14, 2007


Esto era un hombre que decía ser poeta, sólo que tenía todos sus poemas en la cabeza y ninguno puesto en un papel. Viajaba en tren, se cruzaba con una linda muchacha y ya tenía una neurona de su cerebro dispuesta a lanzar un poema. Pero cuando agarraba el bolígrafo nunca sabía poner en el papel el poema que la mujer le hacía hecho sentir. Se iba de juerga con sus amigos y después de una noche memorable, no le salían las palabras para describirla. Nuestro hombre era un poeta que no era poeta.
Cada vez que escribía, sus frases salían desobedeciendo todas las reglas de sintaxis y acaso de ortografía. Cada vez que intentaba de hacer un soneto o una lira siempre acababa rimando con los verbos en participio de pasado o haciendo el final de verso con palabras que siempre rimaran con camión. Al final, desistía en el empeño de hacer un poema.
Él sabía que la vida de un creador no era fácil; todo estaba en el disco duro de su cráneo, pero el problema era sacarlo. Él no sólo tenía en su cabeza poemas, tenía obras de teatro inconmensurables, novelas brillantísimas, relatos geniales y hasta excelentes películas. Pero no tenía ni idea de cómo proceder para sacar todo este material a la luz, bien escondido en sus neuronas. Él era novelista, ensayista, de todo, tenía grandes obras completas en su cabeza.
Admiraba a un filósofo por encima de los demás: a Sócrates. Lo admiraba sobre todo, porque había logrado pasar a la posteridad sin que viéramos una coma puesta por él. Casi todo su pensamiento viene de lo que han dicho los demás. Le parecía maravilloso. Sócrates era de los pocos hombres que se había liberado de la dictadura del negro sobre blanco. Miles de veces, nuestro poeta se puso en su escritorio un folio en blanco, y miles de veces, sus garabatos acabaron en la basura. Es una pena , se decía a sí mismo, ser escritor y no saber escribir.
No obstante, él se dedicaba a vivir como un auténtico escritor. Participaba en tertulias, acudía a seminarios y ponencias, con el tiempo se ganó un auténtico respeto. Muchas veces, la gente pensaba que era él y no otro el poeta que iba a leer unos poemas de creación propia o a dar la conferencia de turno. Su atuendo era más de poeta que el de los propios poetas. Los poetas que yo conozco visten zapatillas, tejanos, camisetas de manga larga (vamos, uno de los uniformes que lleva todo el mundo) Él, sin embargo, vestía como debe vestir un poeta: esa chaqueta de pana marrón con coderas, ese jersey de cuello alto, esos pantalones beige, esa bufanda de cuadros. Era el poeta perfecto vestido por el Corte Inglés. Para hacer más creíble si cabe el atuendo, acompañaba el conjunto una pipa casi siempre apagada y gafas de pasta.
Pero elhombre seguía sin escribir. Muchas veces, sus compañeros de tertulia le decían: "Venga hombre, ¿cuándo nos vas a traer unos poemas tuyos?" a lo que él, invariablemente, repondía: "yo entiendo mi obra como un poema total y todavía no he puesto colofón a ese poema con el que estoy trabajando. Cuando de el final, seréis los primeros en ver mi obra" El problema es que el poema no tenía ni colofón ni apertura ni nada.
Más de una vez estuvo tentado de presentar "el gran poema blanco sobre fondo blanco", pero no lo hizo porque el truco estaba muy visto y se le iba a ver el plumero.
Pasaron los años, y cada vez se hizo más refinado para eludir la curiosidad que despertaba su inexistente obra en el círculo literario en el que se movía, necesitó leer cada vez más para desorientar a sus contertulios en un laberinto de erudición. Leyó muchos libros, no sólo a los clásicos y modernos , sino también a sus exégetas. Poco a poco se fue haciendo una voz autorizada. Y de tanto leer buena literatura, el miedo por escribir y no hacerlo bien fue todavía a más.
A día de hoy, sigue siendo el escritor menos fecundo del mundo. El verdadero escritor frustrado. Si queréis saber de él, preguntad al profesor que no enseña, la médico que no cura, al albañil que no construye o al filósofo que jamás tuvo una explicación del mundo propia.