Si me permites, me voy a apropiar lo de gran conocedor de nadas. Porque, efectivamente,
nada es lo que conozco. Aunque, si tomamos el universo como la nada, a lo mejor, conocemos bastante.
Pero la sensación es que cada vez sé menos de mí mismo y de mi entorno. Sólo sé mis circunstancias y mis mezquindades, pero a veces pienso que no son suficientes para llegar a conocerme en la totalidad.
No sé quién soy y no sé qué hago aquí. Sé que estas preguntas no son mías, que son de todos y de quien no son es porque todavía no se lo han preguntado.
Cuando bajo a coger el metro, veo a la gente correr. Según me voy metiendo en el tumulto, voy cogiendo la carrera que lleva la generalidad de la gente. Todos corremos porque dudamos, y ante la duda, aceleramos para ver cuál es la respuesta final. Todos corremos para contestarnos a nosotro mismos la misma pregunta. A lo mejor corremos para no tener una pregunta atroz que resuene una y otra vez en nuestras mentes. Porque cuanto más nos preguntamos a nosotros mismos, menos sabemos. Y si no nos preguntamos, es porque no sabemos que no sabemos.
Pensamos a corto plazo porque a largo, sólo encontramos la finitud y eso nos desagrada ¿y qué hay después de la finitud? La nada. La nada de nadie pero que es de todos.
Necesitamos metas inmediatas. Necesitamos retos finitos. Nadie se quiere embarcar en una odisea, porque siempre después de una odisea viene la calma, la felicidad y esas cosas ponen nerviosos a los hombres de hoy. Es curioso que lo que más deseamos, es lo que queremos que nunca se haga realidad.
¿A qué viene todo esto? A que no tenía nada que contaros y lo que quiero en esta vida es ser feliz.