martes, noviembre 14, 2006

A uno de mis amigos, de ésos que se cuentan con los dedos de la mano, el han robado el coche. Le teníais que ver al pobre, más desconsolado que si le hubieran quitado un brazo.
El coche es para el hombre moderno lo que el caballo para el hombre de antaño. Mis abuelos, que proceden del campo, alguna vez me han dicho que a un hombre se le distinguía por la calidad de su corcel. Ahora pasa lo mismo pero con el coche.
Yo no tuve coche hasta hace poco, cuando cumplí los treinta; y eso que de niño identificaba a la perfección todas las marcas y modelos que había en el mercado. Aún hoy, voy por la carretera y con pocos datos puedo saber qué potencia tiene el coche y sin verlo por dentro, la cantidad de accesorios que tiene de serie, por los programas especializados sobre el automóvil que veo en televisión. Pese a mi atracción por los coches, no os vayáis a pensar que me he comprado una maravilla: es un Citroën del 99 de segunda mano que utilizo para irme de vacaciones o en salidas cortas de fin de semana.
A mí, en un principio, los coches me seducen como a cualquier otro: por la autonomía que dan, por lo divertidos que son de conducir, la sensación de libertad, vamos, por todo esas asociaciones que sibilinamente nos venden los anuncios. Asociamos la idea de coche a una visita al campo, relajada, con tiempo suave y paz interior. A la mano mecida por el viento que sale por la ventanilla del BMW.
Lo cierto es que los coches son una mierda; son una de las causas principales del calentamiento global del planeta, pero no sólo es culpa de los gobiernos y las multinacionales, es culpa también de nosotros, que no somos capaces de renunciar a nuestro estilo de vida.
Es cierto que mis mejores recuerdos empiezan en el asiento de atrás del coche de papá y terminan en el asiento del conductor con mi chica al lado, pero, desgraciadamente, eso es algo a lo que debería renunciar a no ser que se decidan a producir autos que no funcionen con derivados del petróleo. Bueno, de hecho creo que en realidad no renuncio a nada: lo que me hacía feliz de pequeño eran las vacaciones y lo que me hace feliz ahora es mi chica, no el puñetero coche.
Yo confieso que si me roban mi supercitröen no le lloraré mucho. Siempre he marchado en transporte público para ir al trabajo y los viajes más fantásticos que he realizado han sido sin necesidad del coche, así que por mí, que se lo lleven y que el seguro me lo pague.
Voviendo a mi amigo, lo siento por él; está que trina. La castración de su miembro no le hubiera sentado tan mal.
Pues qué quieres que te diga, amigo mío: más satisfacciones te ha dado tu miembro viril que tu coche. Como dicen por el sur, a las penas, puñalás.