viernes, febrero 22, 2008

Hace poco, me llegaron rumores de que Rajoy había tenido amantes. De su mismo sexo. En un diario de información nacional leo que también hay rumores en el mismo sentido con la vicepresidenta del gobierno, María Teresa Fernández de la Vega.
Francamente, me importa una higa con quién se acuesten. Me da igual su orientación sexual ¿Qué sacamos ganando los electores sabiendo el comportamiento sexual de nuestros políticos? Nada. Creo que el señor Rajoy y la señora Fernández nada tienen que explicarme de lo que pasa en sus respectivos dormitorios.
Si el señor Rajoy efectivamente fuera homosexual, con la única persona que tendría que responder de tal condición es con su señora, pues feo sería que su matrimonio estuviera basado en una mentira. Y también con el colectivo gay, por los cortapisas que puso en su momento a la ley de uniones de parejas de un mismo sexo, teniendo las mismas preferencias y anhelos que los demandantes; y si la vicepresidenta lo fuera, a nadie tendría que dar cuentas, puesto que es soltera, ni mucho menos a los periodistas. Me quedé un poco desconcertado ante la respuesta que dio a la pregunta de si era lesbiana. La política respondió: " ¡Por fin me lo preguntan! Pues mira, no. Es un rumor sobre mí que se han inventado para hacer daño que, oye, respeto absolutamente. No soy homófoba, ¡pero no soy homosexual!" Yo creo que la pregunta sobraba y el entusiasmo expresado por la ministra, también ¡Qué más nos da a nosotros si usted es lesbiana!
Creo que debería quedar enterrado del debate público la sexualidad de los políticos, las verdadera equiparación de los homosexales será cuando no nos importe que nadie lo sea, ni nuestro vecino, ni nuestros políticos, ni nuestros hijos.
A los únicos políticos que perseguiría por razones de prácticas sexuales sería a aquéllos que atentan contra la dignidad de los menores o aquellos sinvegüenzas que no salgan de los prostíbulos y lupanares, entonces sería en los únicos casos en los que la ciudadanía no debería mostrarse en absoluto tolerante.
Pero dónde ha metido sus barbas el jefe de la oposición, o por quién se viste tan elegante la ministra... Francamente, me da igual.