martes, abril 17, 2007

Tengo un amigo que está un poco harto de su curro. Trabaja en una subcontrata de una subcontrata que a su vez es contratada por la Comunidad de Madrid. Su sueldo, por una jornada completa, no llega a los setecientos euros, una barbaridad, como podéis ver. No sabe si es mejor el darse con un canto en los dientes.
Están con él compañeros que ganan lo mismo que él, es decir, que trabajan como mulas para poder llevarse a casa tan exigua nómina. Pero tiene dos compañeras que, además, tienen la vaga ilusión de que pueden prosperar en la empresa, cuando, según lo que me ha contado él, la prosperidad que les puede llegar es trasladarles a un sitio que esté más cerca de casa y ganar setecientos euros. Ahí es nada.
Pero toda subcontrata debe tener una buena zanahoria para sus empleados: "es posible que nos den más proyectos", les dice su jefa. La experiencia nos dice que, de venir más proyectos, serán otros trabajadores los que los hagan, por setecientos euros al mes, más un poquito de lo que suba el coste de la vida.
Pero dentro de lo malo, mi amigo está contento; al menos, este año tiene curro y tendrá vacaciones, eso sí, sin paga extraordinaria; no como otros años, que le ha tocado el premio de que le contraten por el mes de agosto.
Y sería todavía mejor si no tuviera a dos compañeras que, pasándose por lo del arco del triunfo lo de la fraternidad y la igualdad, hacen todo lo que pueden para fastidiarle la vida a él y a otros compañeros. Dice el refranero que la esperanza es lo último que se pierde, y ellas no han perdido la esperanza en, quién sabe, en ganar setecientos euros "en los nuevos proyectos de la empresa"; o en ganar la magnífica cantidad de ¡novecientos euros! Por ser supervisoras que estresen lo suficiente a los setecientoseuristas para sacar la producción.
Tal vez por ello, ellas hacen todo lo posible por estar muy bien posicionadas en esto de la competitividad de baja estofa.
Una vez, en uno de mis trabajos temporales, conocí a alguien que era como ellas; hablaba mal ante los jefes de los compañeros, hacía la vida imposible a todas las personas con las que le tocaba trabajar y siempre tuvo la esperanza de ser de los elegidos a los que hicieran el soñado contrato fijo. Por supuesto, nada de eso sucedió y su maquiavelismo absurdo de nada le sirvió para librarse de las colas del INEM.
En una entrada anterior dije que estamos viviendo tiempos diferentes que la generación que nos precede: ellos, efectivamente, entraban desde lo más bajo en una empresa, y con el tiempo y un poco de suerte lograban tener una posición económica mejor y un puesto de trabajo mejor dentro de la empresa. Ahora no sucede nada de eso. Más o menos cada año o cada campaña, se sustituyen unos obreros por otros, de tal manera que el progreso personal de cada uno queda totalmente imposibilitado.
Mi amigo calla y hace su trabajo. Resiste como puede los envites de esas dos malas compañeras y su esperanza es la de poder estar el mayor tiempo posible en la empresa, aunque sabe que los días están contados, ya no hace caso de la zanahoria que le ponen en la frente.
De la posibilidad de que le suban su injustificable sueldo, de una mejora general de sus condiciones laborales, ni se lo plantea. Sabe que necesitaría, para que eso sucediese, que incluso las harpías se uniesen con él y con todo los demás; pero las harpías están ocupadas.
Están ocupadas de darse un tortazo con su propio individualismo.