domingo, enero 06, 2008


Se queja una sobrina mía de las muestras exacerbadas de cariño de su abuela, y es normal: la abuela procede de un tiempo en el cual la gente no se mostraba hostil al cariño. Hoy, sin embargo, el cariño está proscrito, es mercancía emocional sospechosa. Cuidado con los besos, cuidado con los abrazos; nos pueden desarmar y dejarnos indefensos ante la fría civilización.
Para relacionarnos con los demás, hemos desarrollado una batería de armas que incluso empleamos en nuestro círculo íntimo: rígidos cuando nos acarician, sarcásticos en las reuniones, irónicos ante las torpezas, lacónicos ante el diálogo... El hombre y la mujer actual tiene que aprender la hostilidad que paradójicamente identifica al hombre actual y "civilizado".
Tal vez por eso, valoro cuando me abrazan, me acarician, me hacen un mohín de cariño... No provengo de una familia que se prodigue en gestos afectivos(lo que no nos convierte en malas personas), lo que hace que valore mucho a las personas que saben expresar amor con las manos y con su cara. Desgraciadamente, en la actualidad, los gestos del cariño son un reducto del pasado, de esos seres viejos, grotescos, arrugados y sobones.
Aunque nadie lo diga, lo digo yo: vivimos en un mundo en el cual es de buen gusto ser adusto con los demás, que no es otra cosa que un masoquismo social en el que todos participamos y en el que salen vencedores los más maleducados de todos nosotros. Parece que todos decimos "trátame mal, que te hace atractivo y actual y así ascenderás en la pirámide social más rápidamente y obtendrás el reconocimiento social de los demás".
Por cierto, ahora que me acuerdo: también en nuestro tiempo no es fácil escuchar un elogio, salvo los dirigidos a los más fríos, que son objeto de las insinceras alabanzas más encendidas de quienes no quieren ser objeto de sus frecuentes invectivas. Los demás quedamos con la autoestima muy dañada, pues el problema de hoy en día no es que la mayoría de la gente se crezca y tenga una opinión sobrevalorada de sí misma, antes al contrario, la gente está herida por sentirse insignificante. De todos modos, tanto las alabanzas como las críticas son como la sombra de uno mismo: por grandes o pequeñas que sean, uno siempre está igual. Aún así, creo que por lo general andamos pobres de alabanzas y palabras de apoyo de los demás.
Con todo, creo que hay que besar, acariciar y hay que alabar. Afortunadamente, mi sobrina, pese a que por la sociedad sosa y hostil que le ha tocado vivir se extraña de la efusividad de su abuela, suele ser a su vez muy cariñosa y te estruja como a un osito a nada que te descuides, cosa que le agradezco, pues provengo de una familia que ama como la que más pero que no abraza. Yo mismo, a veces, me siento ridículo cuando expreso con demasiada efusividad mis sentimientos. Un problema educacional y casi cultural como otro cualquiera.