jueves, septiembre 06, 2007

La tertulia ha perdido le prestigio de antaño para la generalidad de los españoles; la charla amena de sobremesa ha perdido su sentido y la gente prefiere echarse a dormir la siesta; los jóvenes ya no aprenden escuchando a los mayores porque para eso está internet y las reuniones de café en las empresas cada vez son más cortas y tensas porque las empresas son el reino del "todo lo que digas podrás ser utilizado en contra tuya en cuanto te des la vuelta".
En eso de descubrir la verdadera cara de las tertulias los argentinos nos llevan la delantera: parece ser que en alguna parte del antiguo granero del mundo, según la Wikipedia, decir "estoy Tertuliado" o "estoy en tertulias" equivale a decir que estás cansadísimo o que estás metido en líos gordos.
Leo también que Tertuliano, al que le pidieron prestado el nombre para inventar las tertulias, era abogado, y no hay nada que produzca más sensación de pesadez y abulia que el oír a un abogado hablar de leyes. Los abogados hablan mucho. El propio Cicerón, que algo de leyes sabía, era un palizas de cuidado, capaz de hablar y hablar en el senado durante horas. No creo que muchos utilizáramos la maquina del tiempo, en caso de inventarse, para estar presentes en uno de sus discursos, por muy brillante que fuera el antiguo orador.
Acaso sean esos argentinos los que den con el verdadero sentido de la palabra tertulia en el contexto actual: algo pesado, denso e insoportable.
En España, en cambio, en algunos lugares tenemos idealizada la tertulia. El prestigio viene de que hubo un tiempo en que la televisión se llenó de tertulias, y verdaderamente eran muy buenos espacios para aprender. Recuerdo, por ejemplo, un programa llamado La Clave, donde intelectuales y políticos se ponían a hablar después de la proyección de una película; o las tertulias de sobremesa que organizaba Jesús Hermida, en donde eran habituales gente como Camilo José Cela y Francisco Umbral, donde hablaban de lo divino y de lo humano y mientras, te enseñaban.
Ser tertuliano tenía prestigio social, a veces muy merecido: había la costumbre antes incluso de la invención de la televisión de que las fuerzas vivas de un pueblo cualquiera de España se reunieran para charlar en la hora de la siesta. El cura, el guardia civil, el médico, el alcalde y el terrateniente se reunían entorno a una mesa camilla para hablar de lo divino y de lo humano. Famosas eran también las tertulias del Café Gijón, donde lo más granado de nuestra intelectualidad se reunía para aprender y ser visto.
Pero ahora las tertulias han cambiado. La culpa, de la televisión y de la radio: ahora tienen otra naturaleza: un hatajo de desalmados que sólo quieren lucrarse a costa de manipularnos a los que les escuchamos. Y esto vale tanto para las famosas tertulias televisivas de los programas-basura del corazón como para los programas de la radio que obedecen a oscuros intereses empresariales y políticos. Ya no se busca la luz sino las tinieblas; no se trata de enseñar deleitando; ya sólo se trata de sorprender engañando; las tertulias no arrojan verdad: sólo son comercio.
El dinero lo corrompe todo y las tertulias no iban a ser menos. Siempre tuve idealizadas las conversaciones de las cuatro de la tarde; pero ayer encendí la televisión a esa hora y había un programa donde ponían a caldo a un famoso cualquiera. Entonces pensé que tal vez debería dormir más la siesta.