miércoles, enero 23, 2008


Abrí mi regalo. Por la forma de la caja, ya supe que no era lo que yo quería:
El fabuloso órgano Casiotone para interpretar múltiples melodías añadiendo los más variados ritmos."
En lugar de eso, me regalan un libro muy lleno de letras y de lujosa encuadernación, con la primera y la segunda parte incluidas, escrito por un tipo que se apellidaba Cervantes, que algo de él me habían dicho en la escuela y que cuyo título era "Don Quijote de la Mancha" Ya... ¿Y dónde está mi Casiotone?
Comprenderéis la consternación del niño de diez años que yo era. Tanto estudiar y estudiar y encima que había sacado buenas notas me regalan un libro para seguir estudiando. Además... ¡Qué gordo! Yo quería un Casiotone, como el que habían regalado a Alberto Domingo, mi compi de clase, que era capaz de sacar con el órgano que le habían comprado la sintonía de Dartacán y los mosqueperros y esa canción que cantaban una mozuela que me gustaba que decía:
"No controles mi forma de vestir
porque es total
y a todo el mundo gusta
No controles mi forma de pensar
Porque es total
y a todos les encanta.."
Si queréis empaparos del más puro estilo ochentero, tenéis aquí el vídeo de dicha canción: http://es.youtube.com/watch?v=Piy_IBvl9Ro. También está la versión de Olé olé, que es la que popularizaron la canción aquí por estos lares.
Cuando él la tocaba, me imaginaba yo entre las niñas de mi clase con uno de esos monos tan fashion que se llevaban ¡Ah! y una corbata de cuero muy fina, como las que llevaban Durán Durán en Tocata. Y por supuesto, un puro al estilo de Bud Spencer.
Por eso quería que mis padres me hubieran regalado el organillo, para aprender esa canción mucho mejor que Alberto Domingo (sólo se sabía el taninoninoní inicial) para así hacerme con todas las pibas de mi clase. Y para cuando se pusieran románticas, cantarles la canción inicial de la "historia interminable", que también me esforzaría en aprender.
Pero el regalo del Quijote trastocó mis planes. En mi imaginario infantil no tenía cabida que una chica quisiera ser novia tuya leyéndole la aventura de los leones, por ejemplo. Las niñas de mi clase eran por lo general muy estudiosas, pero cada cosa a su tiempo. No creo que quisieran quedar conmigo para leer lo que les pasaba a don Quijote y a Sancho
Pero mis padres se habían gastado un dinero en él, y de eso era yo consciente a pesar de contar con tan sólo diez años. Así que, para evitarles el disgusto del año anterior, que me puse a llorar a moco tendido porque en lugar de regalarme el Tente titanic me regalaron una colección de volquetes, hice de tripas corazón y aparenté que el regalo me había gustado.
A mí me gustaba leer, de acuerdo, pero a mí lo que me tiraba en esos momentos era el organillo. Por eso, aquella noche, cuando nadie me veía, estando a solas con mi Quijote, solté alguna que otra lagrimita, pues yo veía que ese libro tenía demasiadas letras para mí y estaba escrito en un castellano raro, a veces ilegible para un erizo como yo. Intenté leerlo, pero lo encontré francamente aburrido y lo dejé al poco de empezar. Nada que ver con los libros del "barco de vapor", Fray Perico y su borrico" sobre todo.
Soñaba con mi casiotone, pero ese año ya no iba a ser posible el tenerlo. Mis sueños de músico quedaron presos entre los barrotes de tinta de mi Quijote. No me extrañaba entonces que mi abuela, en el pasado, utilizara las páginas de otro para hacer magdalenas, como ya os conté una vez.
Tendrían que pasar dos años para que mis padres se decidieran a regalarnos un Casiotone a mis hermanos y a mí. Pese a la aplicación que me di, no fui capaz de aprender melodía alguna, salvo una, que muchos los que habéis tenido casiotone conoceréis, es la que traía en la memoria el pequeño sintetizador y que quien más y quien menos, todo el mundo que tuvo esos pequeños sintetizadores se aprendió. Años después, recuerdo que me echaron del Casino de Torrelodones porque borracho empecé a ejecutar la melodía en el piano de cola que tenían de adorno en el vestíbulo.
Y pasaron siete años después de que me lo regalaran hasta que me atreví con la lectura del Quijote, al que leí de un tirón en pocos días, en unas vacaciones extra que tuve en el instituto pues no fui de viaje de fin de curso con mis compañeros.
Pero pasarían otros seis años más hasta que, en una lectura reposada del mismo, disfrutara del libro como nunca antes me había sido posible.
Cada cosa tiene su edad. Ya no tengo edad para aprender música, ni creo que se me diera bien, pero sí tengo edad y conocimientos para disfrutar de ciertos libros y para disfrutar de ciertas canciones. Atrás quedaron, los mosqueperros, Olé olé, el grupo que aquí en España entre hombreras interpretaban "no controles", la historia interminable, Fray Perico y su borrico y el órgano casiotone, ese objeto de deseo que, como todas las cosas sin importancia, en realidad no vale una higa.