viernes, julio 27, 2007

Hace un sol de justicia en Madrid. El termómetro ha marcado cuarenta grados casi todo el día y el asfalto hierve todavía al caer la tarde. La gente está irritada, y eso lo notamos los que por nuestra profesión tenemos trato con el público. Hoy me he llevado tres broncas injustificadas. Hay días que uno no debería levantarse de la cama.
La primera: una neuróloga histérica (¿habéis visto qué paradoja? ¡Una neuróloga que no se controla los nervios!) Buscaba un chivo expiatorio de entre los administrativos con quien descargar su furia. Me pregunta que por qué voy hablando mal de los médicos a los pacientes; le contesto que no sé de qué me habla; me pregunta por qué he cambiado las citas de un paciente; le contesto que no sé nada del asunto; a todo esto, uno de sus ojos tenía el mismo movimiento espástico que Dreyfus, el jefe del inspector Clouseau ¿Quién le ha dicho a ella que los que estamos en ventanilla hablamos mal de los médicos? Bastante enrabietados vienen como para que encima echemos los que les atendemos más leña al fuego. "Bueno, ya sé lo que tengo que hacer" ¿Y qué va a hacer, señora? ¿Qué me despidan? Si ya lo van a hacer. Mi contrato temporal termina en septiembre. Será la decimotercera vez que me despidan en este hospital.
¿Será verdad que hay un administrativo loco que habla mal a los pacientes de los médicos? ¡Pues justo lo que nos faltaba!
La segunda: me toca en suerte atender a una paciente que necesita que le de una cita para el oftalmólogo, porque le citaron por la tarde ¡Y no había nadie en el servicio de oftalmología! El jefe del servicio de oftalmología no había comunicado al servicio de gestión de pacientes que se había cerrado el servicio por la tarde, y los paientes conocieron lo que muchos parapsicólogos podrían llamar "consultas fantasma", así que decidieron acercarse hoy por la mañana a cambiar esa cita. El caso es que yo sólo tenía que decirle a la compañera que lleva ese servicio que le pusiera en otra consulta, y así lo hizo. Pero cuando el paciente vio la fecha, puso el grito en el cielo, y soltó aquello tan manido de que para eso pagan sus impuestos, que la sanidad pública cada vez va peor, que si patatín que si patatán. Van a quejarse al servicio de oftalmología, y acuden con una carta del médico diciendo que le pongamos donde sea. Le voy con la historieta a mi compañera y...bueno, esta vez no hubo guiños espásticos del ojo como la neuróloga... Pero podía dedicarse a ser soprano...tiene buenas cuerdas vocales para el grito...Total, que al final, lo arreglé como pude con la segunda bronca de la mañana. A esas alturas, pensaba que porque estaba casado, sino me pensaba eso de ingresar en un monasterio, cortarme las venas o dejármelas largas.
La mañana transcurre y yo no veo la hora de salir. Pero antes, la tercera, para que tenga en qué pensar en el fin de semana. Un señor solicita cita del cardiólogo. "Caballero, le informo que las citas para esta especialidad están saliendo para noviembre, pero según el informe, esto es muy tarde para usted. Intentaremos ponerle antes. Para ello, procedo a hacer fotocopia de su informe, y le comunicaremos la fecha definitiva de su cita" Esto último no lo llegué a decir. "Tiene buena voz de barítono", pensé mientras el señor se acordaba de mis muertos más frescos. Yo le pedí que se calmara, que iba a hacer todo lo posible por arreglar su problema de cita, pero él, dale que dale. Llegué a temer por su vida, porque siendo su dolencia del corazón, estaba claro que este numerito no le podía sentar nada bien, pero nada de lo que yo le decía le aplacaba la ira, hasta que al final, cogió el informe del médico, los papeles con los resultados de un electrocardiograma y un ecocardio y los rompió en mil pedazos, para después hacer un teatral giro e irse por la puerta pensando que ya había desairado a un puñetero burócrata. Malditos, sólo están para engañarnos. Olé sus huevos, pensaban los demás pacientes que estaban en la cola.
Mi primer pensamiento fue "que le den por el culo. No quiere su cita, pues no se la damos, allá él si se quiere morir" Pero uno, como Pascual Duarte, no es malo, y como tenía su ficha en la base de datos del hospital, me dispuse a proporcionarle la cita que él ya no quería. Hablé con la compañera que lleva las agendas de cardiología, y pudo hacerle un hueco para finales de este mes. Perfecto, justo en la fecha que le indicaba para volver el médico.
Al final de la mañana le llamé. Le dije que tenía la nueva cita en el tiempo indicado. Ahora era mucho más educado. Y yo más que él todavía:
- Por cierto, caballero ¿A usted le han hecho pruebas?
- Sí. Un electrocardiograma y un ecocardio.
- Tendrá que llevar los resultados a su médico.
- Ehhhh, mire, es que con el enfado de antes, rompí los papeles.
- Vaya contrariedad. Debería tenerlos para podérselos presentar a los médicos
-¿No podría usted acercarse a la papelera, recomponer los papeles y guardármelos para cuando yo vaya?
-Yo no puedo retirarme de ventanilla, lo siento. Aún sin ellos, venga a usted a consulta a ver qué le dice el médico. Tienen copia de los resultados en su ficha.
Encima de que antes me insultó a placer, quería que hurgara entre las basuras, el muy jeta. Hasta aquí habíamos llegado.
Algunas personas me dicen que qué suerte tengo de tener un trabajo en el que hay aire acondicionado. En días como el de hoy a veces pienso que no me importaría pasar calor picando piedra.
Menos mal que llega el fin de semana. Yo creo que este pobre chupatintas merece tanto descanso como si hubiese estado realmente picando piedra.