miércoles, febrero 20, 2008

Normalmente, no me gusta leer las opiniones de los foros dedicados a asuntos políticos, porque en vez de debate enriquecedor, te encuentras a bárbaros ultras que se dedican a insultar y denigrar a la parte contraria escudados en un seudónimo o nick. No aprendes nada y encima te pones más indignado con la gente que no tiene tu misma ideología política, por culpa de los radicales que monopolizan el discurso de esa parte.
Yo provengo de una familia que abarca todo el espectro ideológico. No me refiero a mi núcleo central, es decir, a mis padres y hermanos, que por el hecho de vivir en la misma casa todos somos de la misma cuerda. Cuando nos hemos juntado con tíos y primos siempre en las sobremesas se ha armado la zapatiesta por lo distinta que puede ser la visión de la vida de unos y de otros.
La costumbre es que las familias pertenecen a un espectro ideológico u otro en bloque: yo conozco familias en las que padres, abuelos y nietos son de derechas y otras que todas las generaciones han sido de izquierdas. En la mía, no. Los hay de izquierdas, de derechas, de centro y no hay extremistas islámicos porque no nos ha dado por ahí.
Lo bueno de provenir de una familia así es que te obliga a pensar, es decir, que tienes que llevar bien preparado tu argumentario, casi saber de retórica, pues no puedes recurrir a los lugares comunes de tu ideario político que tan bien se sabe el contrario. Los políticos y los medios de comunicación más afines a nosotros se preocupan de que tengamos un pobre paquete de argumentos pero efectivo para poder atacar al contrario. Lo malo es que esto es conocido por todos, lugares comunes que no merece la pena discutir porque ya están suficientemente explorados.
Lo bueno que tiene mi familia con sus tertulias es que me hace estrujarme el cerebro a tope. No sirve de nada lo que he leído de fulano en el periódico tal o en la radio cual, tengo que someterme a un proceso de renovación constante de lo que tengo que decir. Tengo incluso que releer a los clásicos.
Lo malo es que, por muy convincente que pueda a llegar a ser, por muy bien que use la lengua castellana, no podré trocar la opinión política de mis oponentes pero amados familiares.
Dicen los que se aproximan a nuestras tertulias que somos gritones y que nunca llegamos a ningún sitio. Y qué más da, la charla de sobremesa no es más que un pasatiempo divertido. Pero lo cierto es que acabamos al igual que al principio: metidos de lleno en nuestras posiciones iniciales.
Lo bueno es que nuestras neuronas han hecho ejercicio y que bueno, yo creo que esas charlas, lejos de dividirnos pueden que nos aúnen todavía más.
"¡Cualquiera les convence de que tengo yo razón!" Pensamos todos cuando la tormenta termina