martes, noviembre 13, 2007


Una cosa que jamás entenderé de los enólogos es que cómo pueden decir que adoran el vino, si después de beberlo lo escupen ¿Habrá mayor felonía que ésa? En mis tiempos de alocado adolescente sí que hacíamos rendido homenaje al vino. Apurábamos hasta la hez. Eso sí que es respeto por el vino y no el proyectarlo a una escupidera. Claro que, por otro lado, lo mezclábamos con refresco de Cola y hielo. Cuando se lo conté a un amigo mío aficionado a la gastronomía, no tuvo recato en decirme: "macho, entre el vino peleón y el refresco, debes tener atrofiadas las papilas gustativas para siempre" y hombre, tan atrofiadas no las tengo. Yo creo que gusto por el buen vino me hubiera quedado aunque hubiera estado bebiendo gasolina.
Yo soy de los que opinan que, al igual que un vino de crianza sabe mejor que el vino de cartón, un vino de crianza con gaseosa sabe mejor que el vino de cartón con gaseosa. De perogrullo. Sé que muchos me llamarán hereje por decir esto,o cosas peores, pero tiempos vendrán en que la Casa de Aguas de Vichy hagan una gaseosa especial para acompañar a los Riojas y otra creada especialmente para mezclarse con los Riberas del Duero. Y que algún enólogo diga algo así: "la gaseosa Pitusa, de fina aguja, con esencia de limones del alto Júcar, ofrece al Chateau Lafitte una sinfonía de sabores mediterráneos que alegra las sobrios matices borgoñones del Chardonnay. Los taninos bailan en la boca al compás de las graciosas fragancias limoneras: el caballero francés se entusiasma con la chispeante muchacha española y bailan en una agraciada alfombra de papilas gustativas".
Y una vez acabado el baile, a escupirlo. No hay derecho.
Por eso creo que los que han perdido respeto al vino son los propios enólogos. Los hay que se confiesan abstemios, cosa que es una enorme contradicción, como el acto de escupir una cosa que se supone que gusta. No me quiero ni imaginar las maldiciones que soltarían por la boca esas pobres gentes hambrientas de España viendo cómo hay señores que malgastan vino para someterlo a examen. Pobre de esa gente que, en tiempos pretéritos, concedía al vino la misma importancia que el pan o tal vez más, siendo lo básico para sobrevivir más que para vivir. Por cierto, tampoco me gustan los exámenes
In vino veritas. En estos tiempos que corren tan hipócritas y mentirosos no es extraño que la gente no se alarme porque se escupa el vino. Quizás es porque parece un rito de homenaje a los dioses de nuestro tiempo: la diosa mentira y el dios del derroche. Y en la entrada del figurado templo un cartel que dijera "En mi boca la verdad no esté y lo que desperdicio a nadie aproveche"
Baco, ¿te vienes y nos hacemos un calimocho?