lunes, enero 01, 2007

He venido de comer de casa de mis suegros. Hoy es día uno y la calle está desierta. Las tiendas y bares cerrados. Ningún coche atraviesa la calle. Parece que la humanidad está prácticamente extinguida y somos mi mujer, su familia y yo los últimos supervivientes. En los parque se pueden ver los restos de la fiesta de anoche: botellas de cristal rotas, vómitos, confetti, cagarrutas y meados. Vaya una resaca deliciosa tendrán algunos. Nosotros decidimos ayer que ya teníamos suficientes nocheviejas de juerga encima. Es la primera vez que me levanto un uno de enero sin resaca y antes de las doce del mediodía.
El uno de enero es raro. No hay prensa, no hay bares, por no haber no hay ni tabaco que fumar, estoy con un mono tremendo. Estamos todos como atontados y pese a la fiesta de reyes, con la sensación que ésto se acaba. Aunque soy de los que dudan del significado de la navidad, siempre los días como hoy no puedo evitar el sentirme triste, a pesar de que todos despotricamos de las comilonas y demás siempre es bonito volver a ser niño, dado que nunca abandonamos del todo ese niño que todos llevamos dentro. A mí de chaval siempre me entraba la pesadumbre de volver al colegio y esa sensación la sigo teniendo de adulto.
Lo bueno que tenemos los españoles es que todavía nos queda la no menos importante fiesta de los reyes. Ahí es cuando acaba realmente la navidad aquí en España.
¿Por qué estaré melancólico hoy? No sé, tal vez aunque despotrique del espíritu consumista y blablablá, siempre dentro de mi estará el niño ilusionado que en su inocencia no quiere ver el lado retorcido de la navidad.