miércoles, junio 13, 2007

En el pueblo de mi madre llamaban milano a aquél que solía perderse, de carácter melancólico, despistado y distraído. Si habéis visto alguna vez un milano, os admiraréis de él, pues el milano tiene porte majestuoso y vuelo elegante; además cierta tendencia a perderse entre las montañas. Lo que tendré que preguntar a mi amigo veterinario es si los milanos son despistados, melancólicos y distraídos.
Lo bueno que tenía el pueblo es que dejaba a las personas tiempo para pensar. Nada que ver con las ciudades, en que ya nos ocupamos a conciencia en distraernos en nuestro tiempo libre con memeces. En el pueblo no daba lugar a banales distracciones. O se trabajaba o se pensaba. Y se tenía mucho cuidado en pasar más tiempo en lo primero que en lo segundo. Sin embargo, en ese tiempo cabían los milanopersonas, que eran esos hombres que solían tener cierta tendencia a perderse por entre las piedras. Ojo, digo hombres, porque para las mujeres no estaba bien visto perderse y dejar a un lado las labores domésticas. De ahí debe venir la peyorativa frase "eres una perdida"; una mujer jamás sería definida como Milana. Y mucho menos las dirigirían palabras como "milana bonita" como decía a su pájaro Azarías, el determinante personaje de la novela de Delibes "Los santos Inocentes". De ahí debe venir que las mujeres sean tan buenas en cualquier cosa que hacen: han tenido desde siempre terminantemente prohibidas las distracciones.
En la ciudad, no hay lugar ni para los milanos ni para las milanas. No podemos perder el compás de nuestra vida. Yo, en mi infancia, era despistado y milano, pero desgraciadamente el despiste se me fue cuando desaparecieron de mi vida las tardes eternas de verano. Ya no da lugar para pensar. A nosotros, los hombres de ciudad, se nos exige actuar, actuar, reciclarse y reciclarse. No da lugar a la meditación. Es pérdida de tiempo. Es cosa de milanos.
Si tengo una oportunidad, iré a mi pueblo a ver si quedan milanos. No humanos, pues sé que han desaparecido todos. Ire a buscar las aves, por ver si quedan seres que aún tengan el tiempo y la gran suerte de perderse sin que nada les perturbe.