lunes, septiembre 03, 2007


Me cuentan que hace poco sacaron a concurso las oposiciones para cubrir plazas de inspectores de trabajo, y por la enorme dificultad del examen, muchas quedaron desiertas. Bien por papá estado: si alguien sobra en España son los inspectores de trabajo.
Las historias que se oyen de inspectores de trabajo versan de que el único lugar que inspeccionan es el despacho del jefe o del encargado, y como estos sitios reúnen las condiciones óptimas de habitabilidad, pues dan el visto bueno a la empresa y a otra cosa, mariposa. Tampoco hace falta interpelar a un trabajador cualquiera de la empresa en los sitios donde la habitabilidad esté peor y sea más incómoda la entrevista. Un trabajador siempre dará una visión sesgada del quehacer diario de la empresa. El trabajador siempre será parcial y subjetivo, preso de sus emociones e ignorante de los números que hacen funcionar a la empresa. Sin embargo, el jefe o representante de la empresa podrá aportar al visión global y objetiva, en números e informes, que podrá dar al inspector de trabajo los datos que éste necesita. De ahí al apretón de manos sólo hay un paso. Si hay algo que le gusta al buen funcionario son los datos. Los inspectores de trabajo españoles son los mejores funcionarios del mundo, de ahí que sus oposiciones sean tan difíciles, tan llenas de datos como están.
Cuentan de un inspector de trabajo que tenía prisa por acabar la inspección porque tenía que irse al campo de golf; cuentan que avisan con quince días de antelación a las empresas de que van a realizar una inspección; cuentan que algunos se han llevado parte del dinero negro de las empresas para inspeccionarlo mejor en su casa; cuentan todas esas cosas que a lo mejor son mentira, porque si algo caracteriza al pueblo español es la envidia, y nada envidia más el español de clase baja que al funcionario de clase media, con su puesto vitalicio, sus pagas y sus trienios.
El patrón y empleado españoles odian con igual fuerza al inspector de trabajo. Aunque el primero le adule y le agasaje hasta la extenuación, le ve como un enemigo de la religión, como un hereje del dios mercado. Si pudiera, acabaría con ellos sin más contemplaciones. El dios mercado, para ser poderoso, exige no tener ningún tipo de cortapisas, ni legales ni de las otras. Si el dios mercado no pudiera hacer lo que quisiera, no sería un dios. Por eso , haciendo caso a las palabras que una vez pronunciara Michael Corleone "ten cerca a los amigos pero más cerca aún a tus enemigos" Ellos procuran tener muy cerca a los inspectores de trabajo. De su bolsillo.
Los empleados, sin embargo, no los ven por ninguna parte, ni en su bolsillo ni en ningún sitio. Los valientes que han comunicado las irregularidades de la empresa ven que con su acción no han conseguido nada. La vida sigue igual, que diría Julio Iglesias. Muchos piensan que en realidad no existen, que son un mito como los unicornios. Otros dicen que una vez vieron uno en el despacho del jefe. El caso es que para los empleados los inspectores de trabajo son criaturas con poderes sobrenaturales que un día vendrán a vencer a los ogros. Pero como las criaturas nunca se han decidido a hacerlo, les han cogido un poco de manía.
Yo creía que tenía un inspector de trabajo en mis bolsillos. He hurgado en ellos y compruebo que se me ha escapado ¡Con la ilusión que me hacía que desfaciera los entuertos de la España neoliberal! Bueno, tal vez esté matando ogros o jugando al golf. Será mitológico, el tío.