Vivo en una ciudad-dormitorio de doscientos mil habitantes y por ningún lado me he cruzado con Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope del siglo XXI. Quiero decir, con escritores comparables a ellos. En el Madrid en el que ellos vivían había unas ochenta mil almas, y aún quedaba sitio para los cuatro, para la genialidad.
Dicen que es un síntoma de decadencia económica que en un país se concentren buenos literatos. Cuando ellos vivieron, España entró en barrena en una crisis que le produjo un atraso del que tardaría años en recuperarse. La miseria, el drama social que rodeaba a nuestros sublimes escritores está suficientemente documentado ¿Hace falta que n pa'is viva mal para que las plumas mojen en el tintero de la excelencia?
Mi ciudad, que casi triplica la población de ese Madrid miserable no tiene a nadie que pueda comparárseles y la verdad, no será por falta de formación, que a poco que busques te sale un fulano con tres carreras y capaz de hablar en varios idiomas, como si de un Quevedo moderno se tratara o la niña del exorcista. También se conocen a varios superdotados que bien podrían escribir un Quijote moderno o liarse a hacer comedias teatrales como si fueran churros. Y pese a ser una ciudad del proletariado fundamentalmente, no sería difícil encontrar a alguien con ganas de exprimir el idioma en busca de figuras literarias para una élite, muy erudita y con pocas ganas de compartir letras con el vulgo.
Tal vez lo que pasa es que el Lope moderno está trabajando en una multinacional de la comunicación; Quevedo es un sarcástico ingeniero industrial; Cervantes es un humilde electricista que lee libros de física y Góngora un profesor de instituto hastiado de corregir faltas ortográficas en los exámenes de sus alumnos.
¿Y qué será de Sor Juana Inés de la Cruz, al otro lado del charco? Tal vez esté luchando por ser directora financiera de un gran banco, teniendo que hacer el doble de esfuerzo y poniendo el doble de talento que sus colegas varones para escalar puestos dentro de la institución, llegando cada día agotada a casa, y acordándose de lo feliz que era en el instituto, donde por cierto una vez ganó un certamen de poesía.
¿Qué tienen estos tiempos, todavía de bonanza, que nos tienen tan mal inspirados? Escritores hay, y buena producción literaria ¿Pero qué es lo que falta para conseguir la excelencia de ésos del pasado, que salvaron un siglo entero en crisis gracias a la inspiración?
O dicho de otro modo: ¿Qué es mejor, tener bonanza y prosperidad, a cambio de literatura normal, o crisis y desesperación, quedando por contra una literatura sublime y genial?
"Ande yo caliente y ríase la gente" Hasta Góngora, en tremenda insolencia de tiempos pretéritos, nos da la solución a tan terrible duda.