Recientemente ha habido una manifestación en Atocha en contra de la ultraderecha. Lamentablemente acabó mal, pues un grupo de personas se peleó contra otro grupo con el que, a priori, compartía los mismo fines. No entiendo cómo la cosa pudo acabar así. Antes, en las manifestaciones, la gente sabía a quién tenía de frente, ahora, en general, todos andamos un poco desnortados, y te encuentras gente de izquierdas que defiende ideas de derechas o viceversa, y no sales de tu asombro porque creías que todos pensábamos igual. Pero importa más lo que nos separa que lo que nos une. No lo entiendo, parias de la tierra ¿Entre nosotros? ¡Ingenuo de mí! A veces se me olvida que sólo somos monos. Pero eso no fue lo peor de todo.
Lo peor fue ver en la tele a unos señores tertulianos, más monos que nadie, de entre cincuenta y cinco y sesenta años, decir no ya que no se deberían haber peleado esos jóvenes, sino que no tenían que haber ido a la manifestación. Alguno de ellos recuerdo haberle oído presumir, en debates anteriores, cómo corría delante de los grises ¿Dónde dejaría el pantalón de pana?¿Desde cuándo lleva engominándose el pelo?
Censuraban esos próceres de la comunicación no ya el hecho de la pelea, sino el hecho de la manifestación. El que unos pobres palurdos se pegaran les traía sin cuidado. Pero les ofendía mucho el hecho de que la gente saliera a la calle. Menos mal que viven en uno de los países libres en que la gente menos reivindica y exige del mundo, porque si fueran franceses, a estos veteranos del periodismo les daba una apoplejía.
No obstante, pocos días antes, el de la gomina se le llenaba la boca de alabanzas hacia la actitud de los universitarios venezolanos en contra de la constitución que quiere llevar adelante el presidente Chávez ¿En qué quedamos, son buenas o malos los jóvenes rebeldes?
Estos señores, maestros en defender una idea y la contraria, les mortifica más el hecho de que la gente luche contra el sistema que el que se peguen entre ellos. Haciendo esto último no molestan a la gente de bien que sabe que las revoluciones es algo que no hay que hacer en ningún caso, que para algo ya lo intentaron ellos y fracasaron.
Además, después de una revolución suele faltar gomina y las tendencias estéticas de la moda decaen una barbaridad. Deben pensar nuestros analistas políticos que no hay nada menos estético que un gritón en un tumulto ni nada más bello que dos jóvenes viriles peleándose. Esos viejos plumillas, viendo la pasión juvenil de la pelea, se acordarán de tiempos mejores, cuando eran ellos los que no peleaban, de cuando la gente no se vendía por tener un tubito de gomina en un armario del cuarto de baño, de cuando la gente que no estuvo en París sí estuvo en París.