miércoles, febrero 07, 2007

Una vez, le pidieron opinión a José Antonio Labordeta sobre su antiguo discípulo Federico Jiménez Losantos. Encogiéndose de hombros, se limitó a contestar que simplemente "es un hombre de su tiempo". Quizás eso no es lo mejor que se puede decir de un hombre.
No es casual que Losantos se dedique a la radio: las ondas Hertzianas son evanescentes, no permanecen en el aire más que un breve periodo de tiempo, el suficiente para calentar los cascos de fieles y desafectos. Pero nada más. El día de mañana, por mucho que quieran, ni los unos ni los otros se acordarán de lo que un día dijo Federico, porque lo que dice sólo sirve para el presente. De seguir así, Losantos tiene garantizado su olvido y el de sus ideas. Es lo que les pasa a los hombres anclados en un tiempo determinado.
Hay otros hombres que vivieron su tiempo, como fueron Goya, Buñuel o Chaplin, pero lo que hicieron traspasaron las fronteras temporales y ahora les seguimos viendo actuales, porque lo grande traspasa todo tipo de fronteras, tanto temporales como físicas. Son hombres eternos.
Hay, sin embargo, hombres que fueron de su tiempo y encerrados quedaron en su tiempo: tal es el caso de Goebbels, (aunque, todo hay que decirlo, es muy imitado ahora) Millán Astray, Fernando VII y tantos otros. Gentes que buscaron tanto el beneficio inmediato que casi nada dejaron. En vida dieron mucho miedo, para la posteridad dejaron la nada. Su importancia fue una impostura del destino que nunca les debió sacar del anonimato de la historia. Tal vez usurparon el destino de los hombres buenos que debieron estar en su puesto.
Federico será recordado como una curiosidad, porque ni ahora traspasa fronteras ni en el futuro las traspasará; Federico, a fuerza de gritar quiere ser grande, pero su pequeñez no es sólo física; también va a ser eterna. No grites, Federico; ningún hombre en el futuro te va a escuchar.
Vivimos en el mundo en el que todo no dura nada. Es la dictadura de lo efímero. No hay nada más efímero que la mentira y Federico tiene las patas muy cortas. Pero nada da más dinero que lo efímero. Un mundo corrupto necesita de lo perecedero: que las mentiras, los móviles, las modas y el petróleo sean efímeros, porque para que el negocio de la mentira permanezca, tiene que ser renovado permanentemente.
Losantos está de moda y es acaudalado porque es un hombre de este tiempo efímero y porque lo perecedero da dinero. Pero que no busque la inmortalidad. Ya ha elegido ser siervo de la nada.