jueves, noviembre 08, 2007


»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros(...)Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos (...)Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos(...)¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato?
La que habla es Marcela, una pastora que conoció don Quijote al poco de empezar sus aventuras. Cervantes, en la primera parte del libro intercalaba historias, puesto que le pagaban "al peso" y por eso daba a la imprenta todo el material que tenía, que de dineros nuestro genial autor andaba escaso. Lo que ganaría hoy sólo de dar conferencias. Pensemos las fortunas que ganan gente con menos sesera y talento que él. Se equivocó de tiempo nuestro más honrado escritor y tal vez de los más pobres.
Me estoy releyendo el Quijote, y confieso que no me acordaba de la pequeña historia de Marcela que hay intercalada en él. Resumiendo, lo que pasa a Marcela es lo siguiente:
Ella es una mujer hermosa que enamora a todos los que la ven. Pero también es una persona difícil, pues rechaza a todos los que se declaran a ella. Entre ellos, Grisóstomo, que siendo mucho más visceral que el resto, al verse despechado por Marcela, termina por suicidarse. Todos se ponen en contra de Marcela por este hecho, pero ella se defiende con las palabras que he puesto al principio de esta bitácora. Por cierto, Don Quijote dice como colofón que quien se le ocurra agredirla, tendrá que pasar antes por él.
Recordé que en mi adolescencia ha habido alguna Marcela que otra antes de que me llegara mi doña Inés, y recuerdo que me lo tomaba casi tan mal como Grisóstomo "¿Cómo era posible este rechazo? ¡Yo no merezco tal afrenta!¿Por qué él sí y yo no?". Es una lástima que entonces, que ya había leído el episodio de Marcela, no hubiera captado el sentido de la historia, y me hubiera tomado el desengaño amoroso con más flema y menos cabreo. Claro que, cuando tienes diecisiete años, una de las palabras más difíciles de digerir es el "no". "Queremos todo y lo queremos ahora" Que diría Jim Morrison.
Pero Marcela tenía razón. Cervantes, con ella, pone a las mujeres en su sitio. Marcela es un ser libre, que tiene derecho a elegir con quién estar y a rechazar a quien le venga en gana, pues no está obligada por su hermosura. El amar no significa tener derecho a ser amados y lo que ahora es de perogrullo, que las mujeres eligen libremente, en tiempos de Cervantes no lo era tanto, pues se tenía a la mujer como una propiedad más y el libre albedrío era cosa de hombres.
Marcela, al final de su parlamento, anuncia su intención de quedarse para vestir santos para siempre. Pues tú te lo pierdes, hija. El no por sistema nunca fue bueno; ni tanto ni tan calvo. Pero en definitiva, es su elección, con la cual, Cervantes deja al lector con pocos argumentos para la discrepancia. Ni al lector de entonces ni mucho menos al de ahora, testigos como somos de la primera emancipación de la mujer que se ha dado en la historia.