Leo en el blog Manhattarattanttan una frase que me inquieta:
"En NY te sientes comodo porque a todos les interesa saber qué haces pero no saber quién eres."
¿Y qué pasa con los que, por circunstancias de la vida, no hacemos nada? Me refiero, claro está, a nada profesional. Porque ahora SOY un buen esposo, un buen hijo, un buen hermano, un buen cuñado, un buen yerno; SOY un potencial buen profesor, un potencial buen auxiliar administrativo, un potencial buen vendedor de palomitas, un potencial buen basurero, entre muchas potenciales labores. Pero lo que se dice hacer laboralmente, no hago nada, salvo las penosas tareas de buscar trabajo y prepararme las oposiciones.
¿Qué haces? En estos tiempos que corren es más importante esa pregunta que qué eres. Gustándole esa pregunta frente a la otra, el tipo que escribe ese blog se acaba de cargar la gran pregunta de toda la filosofía existente, desde el siglo IV antes de Cristo cuando los griegos, inteligentes como eran, fueron los primeros en interesarse por el quiénes somos, por el quién soy yo. Así hasta hoy, cuando los neoyorquinos decicieron que eso no era lo relevante y un español lo apoyó.
Pero claro, este cambio de preferencia obedece a los nuevos patronos: qué haces y si me apuras, cuánto ganas. No importa quién eres, como estás y en qué piensas, esa pregunta que tanto el gusta hacer las mujeres a sus parejas y que suelen hacer justamente cuando el hombre no piensa en nada.
El hombre del blog se siente a gusto con los neoyorquinos porque sólo le preguntan qué haces. Normal. Si tú le preguntas a alguien quién eres, con un poco de mala suerte, empezará con un rollo existencial y terminará hablándote de sus miserias cotidianas tan insignificantes que sólo le interesarán a él y te aburrirán a ti.
La única tristeza que no te aburre es la tuya. La única circunstancia interesante es la tuya.
El problema subyaciente de esta pregunta es que, implícitamente, trae consigo un silogismo atroz: "Si no haces, para mí no eres nada" O sea, que el ejecutivo es más ser que el indigente, que por no hacer, no es nada; el otro, por hacer mucho, es alguien para todos.
Qué tiempos más malos para los que estamos y no podemos contestar qué hacemos, porque para los neoyorquinos y para este tipo no somos nada.
Ha cambiado todo. Más vale que encuentre enseguida la respuesta a la pregunta de lo que hago, porque si no hago, a pesar de que me levante todas las mañanas, de que tenga sueños, de que ame, y de todo lo demás que hago y que suele hacer un ser humano, no soy nada.
Espero no encontrarme nunca con el tipo en Nueva York, ni aquí en Madrid.