lunes, diciembre 24, 2007
Vayas días tenemos hoy. Hasta los pájaros están indigestos. Teníais que ver cómo me han puesto el coche de cagarrutas. Nevadito que está. Claro, habrán tenido cenas de empresa, con los amigotes y demás que ahora vuelan un poco descompuestos. Como es natural en estos días, los pájaros comen y comen, aunque hay escasez de semillas. Creo que el precio de las semillas en el mercado central, situado en un plátano de indias cercano a mi casa, está por las nubes, tanto es así que el puñado de trigo cuesta tanto como un nido en pleno parque de Monfragüe. No obstante, los pájaros salen del mercado con los picos a punto de estallar. "Dónde vamos a ir a parar. Las semillas están por las nubes" -dicen las mamás gorriones- "Y encima, nos están invadiendo las cotorras de Kramer. Que se vuelvan a su país, que cotorrean muy mal. Maldita música étnica".
Por el tamaño de alguna de las deposiciones, ha debido hacer su aportación hasta un buitre leonado. Que le dure mucho la diarrea, por incivilizado y despreciativo de la propiedad ajena, pero que no se le ocurra volver a evacuar en mi coche, o si no haré guardia con una escopeta de postas.
No me malinterpretéis. No veo mal que los pájaros participen en las orgías gastronómicas propias de estos días, pero muestran una falta de educación terrible, fruto de sus orígenes un tanto bárbaros, ya que posiblemente están en los primitivos dinosaurios y ya sabemos cómo se las gastaban tan gigantescos ovíparos. Ya sé que peor sería que defecara encima de mi coche un dinosaurio, pero lo cortés no quita lo valiente y la evolución ha de servir para algo, entre otras cosas, para tener mejores maneras que los ancestros. Pues qué no dirían ellos si nos tuvieran a nosotros saltando en sus árboles y pegando alaridos, de igual manera que nuestros antepasados africanos.
Nuestros pájaros están educados en la universidad de la calle, en la escuela de la vida, y se saben todas las triquiñuelas para tener un buen pasar en la gran ciudad. Pero como no han pulido en las academias ese espíritu salvaje que tienen a gala, pasa lo que pasa, que hacen sus necesidades en cualquier parte. Están muy pagados de sí mismos, son esos ignorantes orgullosos de serlo que no tienen inconveniente en arrojar sus heces contaminando la pintura metalizada de mi coche, sin pensar que el producto de su digestión puede corroer el fino rojo cereza que embellece mi elegante carrocería. O no tan elegante, que mi coche a está entrando en la edad de las teteras.
De todos modos, malos no han de ser. De quererlo, nos podrían hundir en una montaña de mierda que ríase usted de la famosa película de Hitchcock. Sin embargo, aunque nos conocen muy bien y les indigna especialmente cómo emponzoñamos su cielo - les pertenece más que a nadie- con los humos de nuestros vehículos, optan por esa protesta silenciosa que es el acto de la defecación. De momento. Deberíamos pensar en no enfadarles demasiado a partir de ahora.
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