domingo, enero 07, 2007


-Perdona que te interrumpa, pero eso que dices es una utopía.
¡Cuántas veces me habrán dicho esa frase en la charla de un bar! Los españoles, que siempre nos ponemos reivindicativos al calor del vino en los gaznates siempre se nos pasa las ganas de cambiar el mundo nada más pagar la cuenta y volver a casa con el frío de la noche. Somos revolucionarios de tasca. Y siempre hay alguien que te jode las ganas de revolución con las palabras mágicas. "eso es una utopía" Los españoles somos el pueblo menos revolucionario del planeta. Es un fenómeno muy estudiado por los sociólogos y por los camareros.
Pero claro, los bares son en España los centros del quiero y no puedo. Cuando un español oye la palabra utopía, por efecto casi pavloviano, se queda quieto. Ha oído un tabú. El español deber ser siempre realista. Nunca debe salirse de este realismo tan poco mágico.
Para el español medio de hoy es utópico tener casa, tener un contrato estable. Es utópico ganar más de mil euros, unirse con otro españoles para juntos solucionar los problemas comunes. Son utópicos la dignidad y la solidaridad. En España están proscritos Platón y Tomás Moro. A Cervantes, el gran creador del personaje utópico por excelencia, no le echamos del parnaso porque es admirado ahí fuera y porque el español medio aunque no es utópico, a orgulloso no le gana ni los norteamericanos.
A los españoles se nos pasa el dato de que fueron necesarias cinco generaciones de reivindicaciones para que los obreros consiguieran realidades que eran utopías en el siglo XIX: para un obrero de entonces era una utopía el comer caliente, tener jubilación, trabajar sólo ocho horas diarias, que sus hijos tuvieran educación y cultura, la sanidad. Vamos, esas cosas por las que ahora se lucha con denuedo para que vuelvan al reino de la utopía, ese reino proscrito, denostado y maldito de los realistas.
Si, soy utópico, y mi utopía es que no haya nadie que en una charla informal me critique el serlo, porque sé que el mundo funciona por las ideas benévolas de los hombres y qué quieres que te diga: desconfío de aquellos que ven la utopía como algo malo.
Sé que el ser utópicos es camino quijotesco de recibir muchos desengaños y golpes, pero no hay que perder la ilusión por un mundo mejor. Sé que el no conseguirlo no debe llevarnos al resentimiento, a la depresión, pero es deber de todos luchar por nuestras utopías.
Además, ahora hay utopías negativas muy bien vistas: la utopía de que sea el mercado el que lo controle todo, que el estado sea minúsculo y que las religiones vuelvan a tener la capacidad de influencia de antaño. Esas no son mis utopías, y no duden los firmes defensores de esas utopías de que también cabalgan en los lomos del mundo de las ideas. Funestas, pero de ese mundo al fin de al cabo.
Sé que oiré a muchos decirme utópico en el bar. Bueno, allá ellos, hace tiempo que dejó de molestarme. Hace tiempo que dejé de verlo como un insulto.
Por cierto, gracias a todos por venir aquí a ver mi pequeño rincón de las utopías.