Ahora está celebrándose el II festival erótico de Madrid llamado Exposex 07. Más que erótico, porno. Salen hombres y mujeres recauchutados, mineralizados y tuneados con cuero. Las pocas ropas que visten son o de rojo pasión o del negro de la noche. Os preguntaréis si he estado. No. Puedo causar un conflicto en mi hogar. Los telediarios lo han publicitado muy bien, que siempre es más agradable ver a festivos mozos que guerras cruentas en el corazón de África. Por eso me he enterado. El porno distrae al personal y le disuade de pensar tontadas como la globalización, el calentamiento global o estadísticas que revelaran el excesivo enriquecimiento de las élites a costa de la miseria de las clases bajas, que es de lo que deberían hablar los telediarios. Son temas manidos. Prefieren hablar del porno, que es alegría y fiesta. Da igual que esas mozas recauchutadas y esos macizorros de cuerpos esculpidos sean inalcanzables. La fiesta debe seguir y así se lo hemos contado. Viva la mentira y esa rubia de tetas siliconadas te está esperando en el paraíso previo pago de veinte euros la entrada. Tú vas a ser el elegido. Aceptamos tarjeta.
Aguafiestas, me pueden decir muchos. Torquemada del placer me dirán otros. Bueno, yo no digo que no vayáis, total, debe estar entretenido. Pero que sepáis que luego os vais a sentir frustrados, porque ninguna de las bellezones que vais a ver va a ser para vosotros. Exposex es como el escaparate de una pastelería de posguerra: muchos se pararán a ver las delicias, pero casi nadie podrá tenerlas para sí.
Ahora mismo estoy trabajando con una compañera que además de ser muy buena gente tiene medidas de actriz porno. No exagero. Muchos de los que trabajan allí vienen a pelar la hebra con ella y se hinchan como pavos reales ante su presencia. Desde que llevo trabajando en el hospital jamás he visto un desfile así en mi puesto de trabajo. Ella está parapetada detrás de un cristal. A veces pienso si estaré trabajando en una pastelería.