jueves, marzo 29, 2007

Hoy, por fin, he terminado mi trabajo. Por primera vez me siento bien de que se me acabe un curro, laburo o como queráis llamarlo.
Habrá quien piense que es porque había mal ambiente de trabajo. Nada más lejos. Mis compañeras eran todas personas amables, colaboradoras y trabajadoras. En general, el concepto que tengo de las mujeres es que trabajando son muy competentes, más que los hombres. Debe ser por el cuidado que ponen por el detalle a la hora de ejecutar las cosas. Yo creo que, de todo el grupo era el que menos amor tenía por el detalle. Será porque soy hombre, yo qué sé. Siempre tengo la sensación de que se obsesionan más por hacer las cosas bien que nosotros los hombres. Tal vez por eso sus expedientes académicos sean tan brillantes y lo hagan tan bien todo. El ejemplo más claro es que aquí en España, las compañías de seguros suelen rebajar el seguro de las conductoras . Ya véis cómo están las cosas.
Sin embargo, este curro que nos ha tocado hacer no era ni para hacerlo bien ni para hacerlo mal. Era para no hacerlo. Os digo que jamás he estado yo en un trabajo más desagradecido, el de quitar y poner puntos basándome en una normativa de baremación que, entre nosotros, creo que era un poco caprichosa y mal hecha y me ha hecho vivir cosas especialmente desagradables.
No me gustó, por ejemplo, el tener que decirle a una pobre mujer guineana que no podía optar a un puesto de trabajo en almacén porque carecía del título de graduado escolar. Todavía veo sus ojos suplicantes, surcados de arrugas, diciendo "quiero un trabajo, necesito trabajar".
No me gustó el tener que decirle a muchas personas que sus largos años trabajando en el sector privado no le valían, porque la normativa exigía para esa categoría en concreto que los puntos se dieran sólo a los que trabajaron en el sector público, pese a que el trabajo era de la misma categoría.
No me gustó ver cómo abundan vidas laborales con contratos de días, semanas, meses. ver cómo somos mercancía de usar y tirar, ver cómo se están riendo de todos nosotros. Ver que el trabajo digno no existe más que para unos pocos privilegiados.
No me gustó la aflicción con las que se levantaban muchas personas después de que las evaluáramos, llegando algunas al llanto.
No me gustó el inmenso gasto de papel que se ha tenido que hacer para 60 plazas, distribuidas en varias categorías. No exagero si digo que entre todos habremos generado mil kilos de papel, por lo menos. Mientras, como dice la canción, la selva Amazonas estira la pata.
No me gustó nada que yo, temporal, tuviera que evaluar a otros compañeros temporales; no me quiero imaginar su reacción al ver que yo participo en el mismo examen en el que están ellos. Yo no sé a quién se le ocurrió tamaña perversidad.
Y por último, no me gustó nada que para 8 cochinos puestos de auxiliar administrativo se hayan apuntado 1800 personas; un trabajo que puede realizar cualquiera con un poco sentido común y algo de orden. Estoy más que seguro que cualquiera de esas 1800 personas pueden realizar competentemente ese trabajo ¿Qué absurdo mundo es éste, que nos lleva a realizar proezas como la de quedar entre los ocho primeros de 1800 para luego tener un sueldo tirando a miserable?
Cuentan que en el juicio de Nuremberg, los alemanes encargados de los campos de exterminio hablaban de su trabajo como gestores, nunca como militares. Daba la sensación de que en vez de hablar de un campo de exterminio, hablaban de una fábrica de botones. "El gobierno alemán me mandó hacer ésto y yo me limité a cumplir las órdenes" Decían muchos para evitar el pensar en su culpa. Mis compañeras y yo, a menor escala afortunadamente, hemos sido como esos alemanes, trabajando para una selección injusta y alimentando con nuestro sudor las calderas de esta monstruosa maquinaria que es el sistema en el que vivimos y del que es muy difícil, sino imposible, salir.
Vivan todos aquellos que luchan por cambiarlo, que cada vez son menos. Desde aquí les brindo un sentido homenaje.
A ver cuándo hacen un monumento a aquellos alemanes disidentes, que oponiéndose al sentir general de la Alemania gobernada por los nazis, tuvieron la valentía de nadar contracorriente. Yo, en esta época que me ha tocado vivir no lo he hecho. Me vendo y mi precio es muy bajo: cuatro cochinos duros por dos meses de trabajo, y lo que es peor:
no sé muy bien a qué demonios estoy jugando.