lunes, abril 16, 2007

La gente no te comprende: Tú tienes una novia a la que quieres una barbaridad, pero mucho, mucho. Además, manejas un cotarro importantísimo, el Banco Mundial. La quieres tanto que decides, en prueba de tu amor eterno, concederle un puestazo increíble con un sueldo más increíble todavía. Es lógico, tenéis que empezar una vida en común y los pisos están muy caros. Además, la casa Mercedes acaba de sacar un nuevo coupé y con algo hay que pagarlo. Seamos lógicos: nadie en su sano juicio, siendo el jefe, no pondría a su novia en un puestazo. Sería de tontos el no hacerlo.
Nunca has sido el más popular del barrio, pues eres un tío raro: te han visto chupar un peine para arreglarte ese flequillo pasado de moda que llevas; te han visto, al quitarte los zapatos, unos tomates impresentables en los calcetines (vamos, hombre, con el dineral que has ganado siempre, y no tienes para comprarte unos buenos calcetines); por si fuera poco, no eres agraciado físicamente, y das la pinta de ser uno de esos excéntricos que pasan por la vida cuyo pecado no es ser raros, pero sí el ser malas personas.
Si se piensa fríamente, es lógico lo que haces, con las dificultades que has tenido para ligar siempre, hasta que empezaste a tener, como premio a tu servidumbre, esos puestazos reservados a unos pocos mortales. De hecho, eres de esa clase de hombres con la suerte de estar agraciados por la erótica del poder, y si eres un poco lúcido, sabes que sin ella, difícilmente podrías tener a esa mujer a tu lado, que estando con un elemento de tu calaña, no demuestra otra cosa que una ambición inconmensurable.
Eres un enclenque y un cobarde, pero en el barrio siempre has estado con el más fuertote. Fuiste uno de los promotores de una buena carnicería, y sabes que la policía jamás os tocará un pelo por ello, (yo tampoco tocaría el tuyo, lleno de babas como está), sin embargo, vais por el mundo nadando en dinero y en el respeto que no os merecéis. Demostráis la falsedad de ese aforismo de que el bien siempre triunfa.
En fin, ahora estás crecido porque tus amigotes de la banda te respaldan. Sabes que si no fuera así, si en el mundo hubiera justicia, lo de menos es que dimitieras por esta última corrupción. Tienes un crimen aún mayor, pero todavía tienes quien te defienda.
Si Dios no lo remedia, morirás en tu cama, en tu casa. Con tu novia.