martes, diciembre 04, 2007

Hoy decidí tomarme un día de descanso en la Opo. Más que nada, para ventilar un poco el cerebro, que se presenta agujereado por la polilla. Estaba a puntito de hacer como James Conlon, el protagonista de el nombre del padre, que un momento dado llevado por la desesperación empezó a envolverse a cabeza con cinta de radiocassete. Lo malo es que yo a mi disposición sólo tengo cedés y deuvedés ¿Y si me da por afilarlos y clavármelos en la mía? Tengo que cuidarme, que estoy sometido a un montón de presión.
Mi padre me pidió que le acompañara a Cuéllar, un pueblecito de Segovia, pues tenía que hacer unos cuantos trámites burocráticos. A mí me pareció una buena idea, así recordaba tiempos pasados, pues Cuéllar era el pueblo grande donde íbamos de marcha cuando no había fiestas. En él estaban los disco-bares más grandes que yo haya visto jamás. Ni siquiera aquí en Madrid. Había una marcha tremenda, y nos juntábamos allí buena parte de la juventud que pasaba sus vacaciones en Segovia.
Mientras mi padre hacía sus cosas, yo recorrí la zona de bares, no sin un punto de nostalgia. Es curioso lo desangelado que están las zonas de bares de día, sin las luces ni la gente, sin ese barullo constante del ambiente nocturno. Un punto de tristeza me dio el pensar que ya no volvería a hacer el calavera, bailando, riendo y bebiendo, entre otras cosas porque ya no veraneo en el pueblo de mi padre y son otros los que ocupan nuestro lugar, y vienen a esos bares por la noche a hacer el calavera, a beber y a reir.
Me consuelo pensando que un amigo del pueblo que me llamó me dijo que Cuéllar ya no era el que conocíamos, cuyos bares se había convertido en tugurios en los que descerebrados en busca de bronca se habían hecho los dueños y que en los locales sólo se podía escuchar el techno de más baja calidad y pachangueo inaguantable. Recordaba yo cuándo en esos locales se escuchaba a los Héroes del Silencio, Celtas Cortos, a Seguridad Social, a Mecano, a U2, Cramberries y un largo etcétera de grupos que con los años se han ganado el respeto y el cariño de los que por allí pululábamos.
Tal vez me estoy llevando por la nostalgia y el tiempo es un barniz que embellece las vivencias pasadas; tal vez, si pudiera recordar con precisión y detalle lo que he pasado allí vería que no es para tanto, pero qué queréis que os diga; es mi vida, ese ratito irrepetible, único que no me importaría vivir de nuevo, con sus luces y sus sombras.
He cambiado. Ya no aguanto de fiesta hasta las ocho de la mañana, ni me bebo ocho cubatas, ni bailo como un descosido y cuando salgo la música me parece que está muy alta. Si me fuera de juerga como entonces, quizá lo haría a regañadientes, mirando la hora, deseando volver a casa cuanto antes. Estoy viejuno. Soy hasta opositor, caserito forzoso, que es lo más lejano al bohemio que antes era.
Por eso, caminando por esas calles de locales cerrados, entre niebla, vacías, me acordé por enésima vez del tempus fugit. Y de esa vieja canción de cuando era un maldito duende:
"he oído que la noche
es toda magia
y que un duende te invita a soñar.
y sé que últimamente
apenas he parado,
y tengo la impresión de divagar."

En fin, qué le vamos a hacer.