domingo, diciembre 02, 2007

domingo, diciembre 02, 2007
En los tiempo en que todo dura nada, que hasta los hombres y las mujeres son de usar y tirar, que las guerras se programan y meditan sin que por un momento se valore el coste de las vidas humanas, entre otras cosas porque los seres humanos estamos gratis en el mercado, hay una curiosa contradicción: hoy se valoran los objetos como nunca. Sin embargo, por la cosa de la obsolescencia planificada, son fetiches que duran más bien nada.
Para los que no lo sepan, la obsolescencia planificada es la razón por la que una nevera comprada hoy dure diez años en lugar de los veinte o más que duraban las antiguas y que cambiemos de móvil cada tres años, si es que llega. Los objetos son lo que nos identifica y el tenerlos a la última significa estar en el mundo, estar bien posicionados en el siniestro juego social que nos toca vivir. Seguir a rajatabla los dictados de las modas y de la basura son lo que nos confiere prestigio y aunque menoscabe nuestra identidad, convirtiéndonos en otros alienados más que llevan zapatillas de colorines o alienadas que tienen que tirar sus zapatos de chúpame la punta porque esta temporada se llevan con la puntas romas que no serán eternas, como la ciudad. Los matrimonios no son ya para toda la vida. En mi país ya hay un cincuenta por ciento de divorcios, y subiendo. Ya hay quien propone contratos matrimoniales por año, renovables en función de la consecución de los objetivos. Si no, al vertedero, como todo lo demás.
Tira ese MP3; jubila esa cazadora del año 98; lleva tu coche al desguace; sustituye tu televisión de tubo por una de plasma; cámbiate al Windows Vista, aunque sea prácticamente lo mismo pero con diseño más bonito; compra en Ikea otro pelapatatas, que el que te vendieron hace seis meses ya está herrumbroso; deja de dormir con el de al lado, del que ya sabes toda su vida y se está poniendo muy pesado.
¿Qué será lo próximo? Los edificios, que de repente veremos cómo un buen día, sin presentar síntomas que avisen de ello, se caerán por obsoletos, encima de nosotros a ser posible, que todo se puede reponer, inclusive nosotros mismos. Por mucho que nos duela, estamos obsoletos y para los seres humanos no existen las actualizaciones, salvo las sombras de ojos, los tintes de caoba, las zapatillas de colorines, la cirugía estética y el divorcio.
Esta misma bitácora está obsoleta, casi sin fotos, en negro sobre blanco, artículos de opinión que podían llevar escritos doscientos años. Qué pérdida de tiempo estas letras sin renovación, colorines, sorpresas ni nada.
Lo más vetusto del mundo es la revolución, curiosa paradoja. Sólo hay una cosa que en este mundo no ha quedado obsoleta: la codicia, que quieren hacer eterna por los siglos de los siglos, amén.