jueves, junio 14, 2007

Ayer estuve en urgencias con un compañero con el que nunca había coincidido. Un compañero de anillos caídos. Era un tipo menudo, delgado, atravesando el ecuador de la cincuentena. Traía cara de disgusto, pues la planilla horaria que le habían asignado en este mes no era de su agrado, ya que no le permitía hacer un viaje al extranjero de cuatro días para asistir a una boda, según me dijo él. Estaba dispuesto a hacer todo tipo de cambalaches con los compañeros, pero a casi nadie le venía bien su propuesta. En el tiempo que llevaba trabajando apenas trabó amistad con nadie y la gente se muestra renuente a hacer favores a desconocidos. Se pasó la primera hora del turno mirando su planilla a ver cómo arreglaba su asunto y yo agradecí a los cielos que en esa hora no viniera gente a la que atender. Trabajar yo sólo mientras el compi sólo piensa en sus vacaciones puede ser tremendamente penoso en el sitio donde estamos. Nuestro trabajo no es difícil, pero puede llegar a ser muy estresante, por la cantidad de cosas que se tienen que hacer a la vez. Menos mal que en esa primera hora no se dio tal circunstancia.
El hombre venía con cara de disgusto, pero no sólo era por esos días que no podía disfrutar. Era también por nuestro trabajo. A lo largo de la tarde supe porqué.
- Opositor, tú has estudiado, ¿verdad?.
- Sí estuve en la universidad ¿Y tú?
- Sí, claro. Hice económicas.
Había que empezar a conocerse, debía pensar el hombre. Normalmente no digo que soy licenciado. Según en el sitio donde estés puede ser hasta contraproducente. Me he encontrado con gente a la que he notado cierta satisfacción íntima y me ha mirado como diciendo: "ja, ja, tú con tu titulillo de mierda y mira dónde estás" porque compartimos las misma pésimas condiciones contractuales y el mismo pésimo sueldo, sólo que no han estudiado. Peculiaridades de la envidia hispana. Por envidiar, se envidia hasta al pobre.
Transcurrieron las horas y llegó el momento de la pausa. La cara de disgusto, de preguntarse constantemente qué pinto yo allí no se le iba al hombre. Yo ya me maliciaba algo. Y me atreví a preguntarle:
- ¿Dónde trabajabas tú antes?
- Yo era director financiero. Hasta que me echaron. A todo mi departamento, inclusive a las secretarias. Contrataron a gente más joven por un tercio de lo que ganábamos nosotros ¿Tú sabes cuánto ganaba mi secretaria? Cerca de los dos mil euros.
- Que me los dieran a mí.
- Y ahora estoy aquí y fíjate lo que ganamos. Una mierda. Estoy deseando que llegar a los sesenta y jubilarme.
Se pasó lo que quedaba de tarde mirando gráficos de la bolsa por Internet. Las ropas que traía tenían pinta de ser buena calidad. Creo que no mentía: este hombre, por su actitud, su forma de hablar y su aspecto, había vivido tiempos mejores.
- Mi mujer no ha trabajado nunca hasta hace poco. Hemos vivido de lo que yo he ganado toda la vida. He podido acumular un buen patrimonio. Tengo más de dos viviendas.
No me atreví a preguntárselo, pero lo pensé: "¿entonces, qué coño haces trabajando en esta mierda de trabajo temporal?" Pasaba la tarde y al hombre no se le iba el semblante de disgusto.
- Perdona, tú que sabes de economía ¿Cómo es posible que los periódicos no publiquen la bajada generalizada de los sueldos españoles?
- La venida de inmigrantes ha traído una cosa buena y otra mala. Por un lado, ha permitido cierta seguridad de cara al futuro de las pensiones. Por el otro, ha presionado a la baja el sueldo medio de los españoles.
- Sin embargo, eso no es la imagen que transmiten los medios de comunicación. Dicen las estadísticas que somos más ricos.
- Hombre, hay ciertos aspectos de la economía que se camuflan o se ocultan. Es verdad que en términos macroeconómicos estamos mejor. Pero también es cierto que la renta de los españoles es mucho más baja. Eso es irrebatible. Mira, yo he tenido de todo. Coches buenos, grandes viajes... Mi hija está completando la segunda carrera. Las dos las ha hecho en universidades privadas, pagadas a tocateja por su padre. En mi casa no ha faltado de nada. Pero ahora estoy como estoy.
La tarde transcurría tranquila. Yo le intentaba explicar algunos procedimientos del trabajo, dado que había estado más tiempo que él en el puesto, pero era obvio que a él no le interesaban lo más mínimo. Miraba el reloj con frecuencia, era evidente que el tiempo se le hacía eterno. Por fin llegó la hora de la salida. Vinieron nuestros relevos. Él se marchó. Yo me quedé explicando algunos asuntos del trabajo a los compañeros de la noche.
- ¿Qué tal con él? Sabes que es un poco problemático ¿O no, Opo?
- Hombre, la tarde ha estado tranquila. Yo no tengo ninguna queja de él. Pero se nota que no está a gusto aquí.
- Se da muchos aires. Vale que el sueldo es una mierda, que los contratos igual, pero se viene a trabajar y punto y no a hacer que los compañeros trabajen el doble porque tú te niegues a doblar el lomo.
- Ya es que ir de menos a más no cuesta a nadie. El problema es de ir de más a menos.
- Ya Opo, pero ése no es ni tu problema ni el mío.
Me despido y voy al metro. Veo a mi compañero, el economista de los anillos caídos,
al otro lado del andén. No puedo evitar que me venga a la mente otra pregunta maliciosa: "¿Dónde tendrá éste los cochazos de los que presume?" Le digo hasta mañana. Me sonríe. "En el fondo, no debe ser mal tío", pienso yo. Simplemente ha perdido algo el norte. Llego a mi casa. Me pongo Casablanca mientras ceno. Llego a una de sus múltiples secuencias memorables. Un cliente enojado por la actitud distante de Rick se está quejando con un camarero de éste:
- Sepa usted que yo era el director del segundo banco de Amsterdam.
A lo que el camarero le contesta:
- No creo que eso a Rick le interese. Sepa usted que el director del primero trabaja para nosotros de cocinero. Y su padre es el portero.
En fin. Cosas de la economía.