domingo, febrero 24, 2008

Hay una película protagonizada por Lina Morgan y Juan Luis Galiardo, de la que no me acuerdo el nombre -no es por parafrasear al más insigne de nuestros escritores, es que de verdad no lo tengo guardado en la memoria-, producto rancio del tardofranquismo que, mediante un humor más que superado, de raíz pequeñoburguesa que diría un marxista, nos explicaba la historia de una mujer sencilla que le había tocado de premio estar con uno de los galanes de moda, interpretado por uno de mis más queridos actores, Juan Luis Galiardo. Aparte de hombre guapo y seductor (ahora menos, la edad no perdona ni a los buenos), los que le conocen dicen de él que es una persona maravillosa. Afortunado él que está tocado por toda clase de dones.
El argumento lo siguiente: a una pobre chica sencilla, de pueblo y muy atraída por el mundo de la farándula participa en un concurso y le toca como premio pasar un tiempo con su actor favorito. Pronto se da cuenta que el mundo que ella admira, de las estrellas, todo es mentira. Un decorado de cartón piedra en que nada es lo que parece.
Cuando en un momento dado él dice que tienen que acostarse, pues ha de cumplir el contrato, además que debe de cumplir con su fama de rompecorazones. Ella, que hasta entonces se había mantenido virtuosa, accede a acostarse con él, pero está claro que lo hace rompiendo su idealismo. Pierde en la cama la inocencia.
Yo, recuerdo que vi esa peli a los quince años o dieciséis años, en una luminosa tarde de sábado (¿Por qué perdería el tiempo en mi casa, pudiendo estar con los colegas, yendo a por las churris?) y, pese a que entonces estaba yo obsesionado por perder las virginidad, y sexo y amor eran materias de estudio para mis sufridas neuronas, las que no morían en mis primeras borracheras, pese a eso, no pude por menos que sentir pena de la muchacha que, en cierta manera, acostándose con el galán se había traicionado a sí misma.
No se me malinterprete: Dios me libre de haber juzgado nunca a una mujer por acostarse con uno o más hombres fuera del matrimonio, jamás participé de ese código moral caduco. Lo que pasaba con el personaje de la película de Lina Morgan es que ella estaba haciendo una cosa que deploraba por hacerle un favor a él, porque incrementara su fama de ligón, y lo estaba haciendo en contra de sus propios deseos, su propio código moral. En cierta manera, ella se estaba traicionando a sí misma.
Si el personaje interpretado por Lina Morgan hubiera tenido una visión de la vida más moderna, sin esa noción de pecado, bien hubiera estado el que desde un primer momento se hubiera pasado por la piedra al personaje interpretado por Galiardo. Pero no fue así. A ella le traumatizó el acostarse con su adorado galán.
Lo que quiero decir es que muchas veces, accediendo a los intereses de los demás, caemos en nuestra propia infelicidad.Estoy metiéndome en un terreno resbaladizo, pero creo que acostándose con el seductor ella se convirtió en su marioneta: no lo hubiera sido si ella hubiera ido voluntariosa a la cama y con el único objetivo de pasárselo bien y disfrutar. Haciéndolo de mala gana, en cierta manera se traicionó a sí misma y a sus valores.
Valores que, por cierto, nunca compartí y no los comparto ahora. Las mujeres han sido, y esa película es un ejemplo patente de ello, esclavas de la moralidad reinante, no exenta de contradicciones, como bien patente deja este inspiradísimo poema de Sor Juana Inés:
Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Lo único que tenía que haber hecho el personaje interpretado por Lina Morgan es acostarse con el don Juan, sí, pero sin remordimientos, que el placer es cosa de dos.
Y en caso de haberlos, no hacerlo nunca, pues hay que hacer felices a los demás o ayudarlos en los que se pueda, pero no a costa de tu propia infelicidad. Y bueno. Menos mal que el "conflicto Morganesco" ya está totalmente superado.
Por cierto, la película se titula "Un día con Sergio". Esto me hace pensar que a lo mejor el genial comienzo del Quijote se debe a que Cervantes carecía de Internet.