El alcalde Alberto Ruiz Gallardón tiene un problema: no aguanta a la gente.
Circulan en los mentideros de Madrid dos anécdotas: cuando era presidente de la Comunidad, en el pasillo por donde él pasaba no podía haber nadie, ni señoras de la limpieza, ni otro tipo de personal subalterno. La otra anécdota que cuentan es que echaron a un empleado de un conocido teatro de Madrid por dirigirle la palabra. No es que le tuteara, ni que fuera soez o procaz; simplemente le dirigió la frase amable que tantas veces empleara con otros espectadores no tan ilustres, eso sí. Vaya cómo las gasta nuestro más fino estratega de la derecha.
Demuestra nuestro excelentísimo alcalde que, aparte de ser un buen gestor -un tanto derrochador y faraónico, todo hay que decirlo, pero buen gestor al fin de al cabo- debe ser uno de los más dúctiles actores con los que cuenta el panorama político. Porque no me digáis que no es un excelente ejercicio de saber amoldarse a las circunstancias el tener que besar a la chusma y a los que no son chusma odiándolos a todos con la misma intensidad. Actores en política los ha habido buenos, pero como él, pocos ¿O no me digáis que no es de Oscar el simular que te gusta la gente, cuando en realidad detestas a la humanidad entera, y no sólo a Federico Jiménez Losantos?
Seguramente, culto como es nuestro alcalde, habrá leído aquello del hombre masa que definiera Ortega. El filósofo era muy bueno, pero tan finolis y esnob como nuestro alcalde. El gran pensador detestaba ver los vagones de metro repletos de gente; el alcalde tiene la suerte de ir en metro sólo en las inauguraciones, cuando va sólo con sus subalternos y cuatro más ¿De dónde viene entonces la repugnancia del alcalde? Más justificación tenía el espanto del filósofo, pues a nadie le gusta el abarrotamiento de la hora punta del suburbano.
Les pasa a muchos hombres inteligentes y poderosos que a las primeras de cambio te saltan con sus manías de niño malcriado. Repite Gallardón "quiero ser presidente, quiero ser presidente", y desde su partido, con buen criterio, le bajan los humos diciéndole "ahora no, ahora no" Lo primero que debe aprender un niño es a saber esperar y a aceptar con resignación el no por respuesta. Por su bien, el partido le prohíbe vueltas a la infancia. Y mucho menos si esas vueltas pasan por la Moncloa.
Pero Gallardón erre que erre: "jooo, es que la señorita Espe me tiene manía""Algo le habrás hecho" Le responden sus mayores, que ya están hartos de ese niñato un tanto insolente y respondón que a las primeras de cambio se sube a las barbas (de Rajoy).
Como soy un poco ingenuo, espero que a este hombre no le den tanto asco las clases bajas como aparenta. Dice ser de centro, pero por sus obras le conoceréis. Y nos ha salido un tanto faraón, el jodío.