lunes, enero 07, 2008
A la familia la defienden los que jamás van a fundar una, me refiero a los grandes jerarcas de la iglesia. Por el celibato, se entiende. Qué curioso: ven una amenaza en los homosexuales, las lesbianas, las uniones civiles... todos los malvados unidos contra la familia. Pero sorprende la mayor amenaza de todas: me refiero al celibato, claro está. Parece ser que empezó a exigirse en el siglo IV de nuestra era con el fin de abaratar costes; al fin y al cabo, los curas solteros son menos caros de mantener que los casados. Pues yo lo que haría, de ocupar el trono de Pedro, es hacer una inversión económica en la familia, pues menudos tiempos que corren.
Dice este Papa con cara de haber hecho muchas malicias entre bambalinas: “existen ataques preocupantes contra la familia” Bueno, pues la mejor manera de responder esos ataques es liberar del celibato a los sacerdotes y estos se pongan a crear familias como locos. Y además, numerosas, que para algo tienen prohibido el condón, pues es un invento hecho expresamente para evitar que proliferen los hijos de la iglesia católica.
Le pregunto a todas las madres españolas si tienen intención de hacerse lesbianas y disolver todas las familia en vista de cómo está el patio. Me dicen que no, pero que si el estado camina por la senda del laicismo al ritmo en lo que está haciendo, tal vez sí lo hagan. Nada de verse con cierta periodicidad con sus hijos, ni mucho menos amarnos los unos a los otros. Los tiempos laicos marcan que cambiemos nuestra orientación sexual en cuanto tengamos la primera oportunidad y que si nos tenemos que odiar como sólo unos invertidos indeseables pueden hacerlo, que lo hagamos, que el gobierno es el que manda.
En otro orden de cosas, he llegado a un acuerdo con mi chica por el cual si el Estado sigue dando tantas libertades y ampliando derechos como hasta ahora, en cuanto tengamos la primera oportunidad, abortaremos, independientemente si el hijo es deseado o no. Dado que tenemos el derecho a la interrupción del embarazo, de poco inteligentes sería no hacer uso de tal. Mi chica se muestra entusiasmada con la idea y yo también, pues la perspectiva de abortar nos lleva a la euforia casi tanto como a las mujeres que se valen actualmente de ese derecho, plenas de alegría en cuanto saben que van a ir al quirófano. Casi no podemos dormir de la ilusión ¿Quién no ha soñado alguna vez con ir al ginecólogo por tal circunstancia? La pena es que no esté prohibido, porque en tiempos pasados el aborto entraba dentro del mundo de la aventura, lo misterioso, de las emociones fuertes en las que te jugabas la vida a cara o cruz en un sótano insalubre.
Es verdad que el número de divorcios es preocupante, y que es mejor que una mujer arruine su vida viviendo con quien ya no quiere o que la maltrate. Se nos olvida con demasiada frecuencia que la vida es un valle de lágrimas y mucho más para los pobres. Que los trabajos sean temporales no quiere decir que los matrimonios también tengan que serlo. Con unas determinadas cosas hay que ser tolerante, pero con otras no. La iglesia no se pronuncia contra el trabajo precario porque el matrimonio es más importante y porque la gente con problemas económicos entra en el cielo justo después de los virtuosos que no los han tenido en su vida. La ausencia de trabajo es una fuente importante de intranquilidad e inestabilidad, pero también es la segunda puerta de entrada que controla Pedro, luego entonces, doctores no debe tener la Iglesia para reivindicarlo.
Yo tengo planes en el futuro: pediré al tribunal eclesiástico que me corresponda la anulación matrimonial, después, solicitaré audiencia con el papa y le pediré que me conceda el permiso para unirme en santo matrimonio con Rouco Varela. Si nos lo da (casi seguro, todavía figuro en el censo de la Iglesia como católico, aunque nadie me haya pedido mi consentimiento de seguir ahí) nos casaremos y adoptaremos como hijo a algún gran financiero que pertenezca al Opus Dei, que nos garantice un buen pasar hasta el final de nuestros días. Y como se le ocurra abortar más le vale no estar arruinado, que se llevará una paliza que para qué contarlo.
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