lunes, noviembre 27, 2006

Este verano, concretamente en julio, tuve una pesadilla: soñé que las navidades habían llegado. Me levanté de mal humor, con taquicardias, porque era veiniticinco de diciembre fun, fun, fun y otro año se me iba entre los dedos. Maldita sea mi suerte, menos mal que desperté. O no. Sigo en ese maldito sueño y efectivamente: en un breve
instante he pasado de estar en bañador a llevar un jersey y pantalón de pana, del reggaeton a los villancicos.
Más sueños: vuelvo a ser estudiante. Me falta una asignatura para acabar la carrera, tengo que volver a las aulas. Aquí sí que me alegro de despertarme. Me voy al armario donde guardo todos los papeles y legajos que dan fe de mi paso por la vida y por las instituciones humanas y compruebo que mi título de licenciado está ahí y que nadie me lo puede quitar. Un antiguo compañero de universidad me saluda por la calle. Me recuerda que entramos a estudiar hace doce años.
Soñé con mi tío: un hombre menudo, moreno, con bigote. Confundible con honrados marroquíes. Todavía veo cómo asomaba de su espeso bigote la sonrisa más bondadosa que
he visto a nadie. Mi tío nos dejó hace ya nueve años.
Sigo con más sueños: en mi pueblo, donde veraneaba de chaval. Están los de siempre. Mis amigos hechos verano a verano. Me tomo un Dyc Cola. Suena la música. Nos vamos a bañar al río y de repente, echo a volar, como en la canción de Mecano. He estado volando unos ocho años, que es el tiempo que llevo sin aterrizar por el pueblo.
Otro más: estoy en una ciudad, con mi chica y con mi hermano, y las calles por donde deberían estar las aceras y la calzada están llenas de agua. ¡Ah, no, que este no es un sueño! Es que estuvimos en septiembre en Venecia. Parece que lo soñé la otra noche.
Otro: estoy trabajando todavía en la universidad, en mi despachito, con mi ordena, mis bolis, mis lapiceros. Pero no. Suena el despertador porque tengo que ir a trabajar al hospital. Creo que ya no formo parte ni de las conversaciones de cafetería de la gente con la que me relacionaba.
El peor sueño que tuve en mi vida lo tuve de niño, con cuatro años. Estaba acostado en mi camita, y un monstruo, más grande que yo y más mayor, me agarraba de los brazos y quería llevarme con él. Su cara me era familiar. Demasiado familiar. Dios mío, si el monstruo que me quiere llevar soy yo mismo, pero más viejo.