lunes, junio 04, 2007


No sé si en vuestras casas tuvisteis una. Yo sí: tuve una lámpara cromada de globos blancos. Para mí uno de los diseños de más éxito en los setenta. Se pueden ver en las películas de aquella época (era tan usual como la botella de J& B que siempre salía en las películas de "si lo justifica el guión tendré que desnudarme") y actualmente en las residencias de verano de algunas familias, las que tuvieron el dinero o la valentía suficiente para construirse una. Sí; en aquella época hubo quien de entre las clases medias-bajas que pudo permitirse este tipo de casas. Hoy en día, tal privilegio queda reservado para las élites. Para todos los demás, un lujo impensable, inclusive con MasterCard.
Pero hubo un tiempo que cuando sustituía el sillón, la nevera, el mueble-licorera o la lámpara que nos ocupa, en vez de mandarlo a la basura, lo mandaban a la segunda residencia. De ahí los mitos de las neveras preobsolescencia planificada que duran cuarenta años o de los sillones de escai que con el calor entran en celo y se vuelven pegajosos. También estaban las lámparas como la mía, globosas, en clara metáfora de los globos que se pillaban los tardojipis españoles, que como el romanticismo, entraron tarde en España.
Pero volvamos al tema que nos ocupa: las lámparas. Sus brazos eran cromados y los globos eran de cristal lacado en blanco. Tenían como requisito imprescindible que al menos uno de ellos no funcionara. Se podía mandar arreglar a la tienda o a un amigo especialmente mañoso, que te la devolvía con todos los globos dando luz, pero por esas oscuridades que a una familia media se le presentan en la vida, inmediatamente dejaba de funcionar otro. Por eso o porque esas lámpara estaban preparadas para darnos una lección de vida, la siguiente: ésta se compone de múltiples esferas: la social, la laboral, la de la salud, la económica, la familiar, la amorosa... todas están unidas al núcleo central que somos nosotros mediante brazos cromados y no todas funcionan bien a la vez. Cuando estás bien de parné te pasa algo con la familia; cuando en el trabajo todo va viento en popa, te deja tu novio o novia, cuando estás podrido de dinero tienes cálculos en el riñón. Vamos, que siempre hay un globo que está fundido. O dos. Si son todos, estás perdido.
En nuestra vida, todos buscamos la luz. A nadie le gusta estar entre tinieblas. Por eso los que tenían lámparas de globos se esforzaban en que todos ellos lucieran, pero eso era prácticamente imposible. Al menos uno tenía que dejar de funcionar. La vida es así, no la he inventado yo, nos cantaría una lámpara en caso de que pudiera.
¿Dónde habrá ido a parar mi lámpara? Nosotros no teníamos un almacén de obsolescencia, o sea, una residencia de verano donde ponerla. Con esa lámpara se ha perdido parte de mi vida ¿Dónde estará?¿Acaso subida al carro de Manolo Escobar?
También desaparecieron de las ciudades las farolas de grandes globos blancos que tanto molestaban a los aficionados a la astronomía. Decían que al irradiar luz por todos los lados, esas farolas impedían ver bien las estrellas. Qué oxímoron: luces que impiden ver (Ya es la última vez que empleo la palabra oxímoron, os lo prometo).
En fin. La moraleja de esta historia es que si tenéis un globo fundido procurad arreglarlo, pero no os preocupéis si a la vez se funde otro. Si sois mañosos, siempre podréis arreglarlo vosotros y si no, siempre tendréis a un familiar o a un amigo que se preste a ayudaros a reparar ese globo roto.
Y a veces os ayudará diciéndoos que lo único que tenéis que hacer es cambiar de bombilla. Que luzcáis mucho.