domingo, marzo 18, 2007


Hace mucho tiempo, cuando yo tenía tiempo (valga la redundancia), leí una Biografía de Orson Welles. Ayer, en amena charla con un amigo, me acordé de dicha biografía porque salió a la luz un tema que es muy importante para cada uno de nosotros, sobre todo para aquéllos que están a punto de coger los mandos de la nave que es su vida:
¿Llegamos lejos porque podemos o porque queremos?¿En qué grado influye nuestra cultura, nuestra inteligencia y nuestras creencias para tener éxito y cumplir nuestras metas?
Orson Welles creció con un supuesto problema: que todos le creían un genio y él lo tenía que demostrar. Desde siempre fue precoz, pero sus habilidades no le hacían trascender de su círculo más íntimo de familiares y amigos. El gran problema de Orson era demostrar que cumplía con las expectativas generadas en él. Después de una trayectoria brillante en teatro y en radio, en la cual demostró muchísimo talento pero sin llegar a cubrir las expectativas que el mismo se impuso, llegó a la marca que se había fijado: hizo la mejor película de la historia, Ciudadano Kane, tan buena, que su temática sigue vigente. Fue uno de los mejores cineastas de todos los tiempos con sólo veintiséis años.
Sin embargo, todo hay que decirlo, la película fue vista sólo por cuatro gatos, parte
por el boicot de William Randolph Hearst y parte porque la cinta es sesuda a más no poder, por lo tanto poco apta para el gran público hábido de distracción sin molestias intelectuales.
La charla con mi amigo era de las que se quedan en la memoria. Como es un lector habitual mío, cosa que le agradezco, salieron a colación las bitácoras que él suele visitar, en especial, una de Martín Varvasky, un muchimillonario que entre otras aficiones tiene la de escribir un blog. Mi amigo me comentó que en uno de sus artículos, Martín se preguntaba el por qué del éxito de los judíos en cualquier rama del saber, y la conclusión a la que él llegaba era a que, a diferencia de las personas de otras confesiones religiosas, los judíos procuraban educar a sus hijos como si fueran genios en potencia, con un gran respeto por las generaciones venideras por lo que van a traer. Vamos, que a diferencia de otras culturas, los judíos consideraban a sus hijos como las futuras fuentes del conocimiento y no estúpidas jarritas que había que llenar de tradición y supersticiones para que no se rompan demasiado pronto en le duro trasiego de su existencia.
Esto que me dijo mi amigo me hizo recordar a otra cosa que leí en Internet: un estudio revelaba que no había diferencias significativas entre el cociente intelectual de las clases pobres y las clases altas, y que de resultas de este estudio se sacaba la conclusión de que el éxito en la vida dependía de tus contactos, de tus estudios y, por supuesto, del grado de optimismo que tú tengas a la hora de afrontar un proyecto, bien sea aprobar una oposición, bien sea montar una empresa de
venta de productos informáticos. Y aún más: de no cejar en el empeño hasta conseguirlo.
Mal que nos pese, los españoles hemos sido jarros educados dentro de los dictados que marcan la educación católica, y nuestra formación se asenta en los principios de la iglesia de Roma. Compruebo con algo de tristeza que, frente a protestantes y judíos, los católicos tenemos una rémora, y es la idea de que ésto es un valle de lágrimas que tenemos que pasar. Aunque yo estoy cerca de apostatar, esos posos introducidos en mí por la tradición tardarán en desaparecer y tal vez desaparezcan sólo cuando acaben mis días en este mundo. Muchas veces pienso en lo curioso que es, que dos de los países más católicos de Europa, España e Irlanda, hayan empezado a despegar justo cuando sus respectivos pueblos se han echado en brazos del laicismo (y del amor sin sentimiento de culpa).
Sí amigos, somos católicos aunque no queramos. Nuestra tradición es la católica, con toda su parafernalia de culpa, castigo y redención. El único concepto de creación admitido, el de Adán y Eva. Ser renglones torcidos, mal visto y peor tratado.
A sufrir, que aquí no se viene a acabar mejor de lo que empiezas.
Con estos pensamientos así nos ha ido a españoles durante tantas centurias: el país empezó a decaer cuando los Reyes Católicos echaron a los judíos, tal vez para congraciarse con sus envidiosos súbditos católicos. Desde entonces, la cuesta abajo, el vía crucis, en el cual hemos estado cuatro siglos. Hasta que, primero en la república y después en este período de monarquía parlamentaria, hemos conseguido que los crucifijos desaparezcan de los despachos oficiales y de la mente de gran parte de la población. En España, las sombras de los campanarios son alargadas.
Decía el papa Benedicto XVI, leyendo su discurso con mirada de zorro, que había que luchar contra el relativismo imperante. Justo contra lo que nos ha salvado. Vosotros veréis.
Pensad que los que han hecho posible el concepto de relativismo son o judíos o protestantes: Freud, Einstein, Darwin y alguna celebridad más de la que me olvido.