martes, enero 09, 2007


Poco a poco se nos están yendo nuestros mayores, los que sufrieron la guerra civil. Poco a poco se va la memoria viva de uno de los tiempos más atroces que este país ha vivido. Se nos van los que nos pueden advertir de lo malo que es una guerra, se nos van aquéllos que tienen la memoria herida de muerte por una guerra incivil, ellos saben más de una guerra que cualquier catedrático de historia.
Hace dos años murió mi abuelo, que se fue diciéndonos que él no quería que sus nietos vivieran lo que el vivió, que temía los pulsos que se echaban los políticos, el odio de los partidos, el problema de las ideologías. Vio con sus propios ojos los cañones de la batalla del Ebro, a los alemanes con uniforme nazi, a italianos mandados por Mussolini. Vio el horror en las miradas de los niños, los ojos de madres suplicantes, las ruinas de honradas casas. Vio paredes llenas de metralla, cuerpos llenos de metralla, trincheras, rifles y pistolas. Vio el absurdo, la miseria y el horror.
También está Antonia, que vio cómo ante sus ojos mataban en la plaza del pueblo a su padre y a su hermano, que vio como el odio dividía su comarca, y cómo pese haberla dejado sin hermano y sin padre, tener que esconderse como si ella hubiera sido la criminal y no esos sicópatas malvados que escondidos detrás de ideología dejaron su alma hecha jirones. Aunque ella fuera del bando de los que luego ganaran la guerra, si es que la ganó alguien, cómo aguantar con el recuerdo de esa tragedia que le marcaría toda una vida. Quién duda que ella fue una víctima. Quién no tiene entrañas de llorar por la tragedia que marcó para siempre a hierro el carácter de una pobre muchacha de provincias.
Vivimos en una época en el que nos venden que el asesinato es como el agua: indoloro, incoloro e insípido. Vemos en la televisión ahorcar a gente y no nos conmovemos por ello. En una película vemos como degollan a alguien con un cuchillo y nos quedamos igual. Jugamos a videojuegos donde podemos matar a cientos de enemigos. En los telediarios nos hablan de guerras como si sólo fueran partidas de ajedrez y no podemos imaginar, aunque nos creemos muy listos e informados, que la guerra es esencialmente la peor experiencia que el hombre puede vivir.
Lo malo es que se nos están yendo ese gran coro moral que son nuestro abuelos y ya no tendremos quien nos advierta que la guerra no es esa broma metida en un dvd que nosotros pensamos que es, sino algo que nos puede dejar una huella tan dolorosa e imborrable que nos podría destrozar toda la vida. Nuestros mayores que vivieron la guerra ya por fin descansan. Tened muy claro que no han descansado nunca hasta ahora.
Ellos se tienen que ir. No nos olvidemos nunca del mensaje que nos dejan. El deseo que tantas veces me repitió mi abuelo:
"Yo quiero que vosotros no viváis nunca una guerra"