jueves, julio 05, 2007

-¿Y si nos quedamos aquí en el pueblo? Dijo alguien
Yo no dije nada, pero esa noche no me hubiera importado quedarme.
-¿Tú cómo vas? Al fin de al cabo, eres el que tiene que conducir - Le dijo Roberto a su amigo que trajo desde Coslada en el coche, un Renault Clío blanco. Se había sacado el carné hace tan sólo una semana. Compartía el coche con su madre.
-Estamos en tu pueblo -Le contestó- Si tus colegas dicen que vayamos al pueblo ése, pues vamos.
La cosa no estaba clara. Nos pedimos unos botellines y estuvimos un rato charlando. A mí me encantaba esos momentos, en los cuales sacábamos anécdotas de lo que nos había pasado en veranos pasados y nos partíamos de risa. Además, me parecía increíble que justo a la hora en que en la ciudad empezamos a volvernos a casa, aquí es cuando comenzaba la fiesta: sobre la una. Los de la otra pandilla del pueblo, un poco mayores que nosotros, comenzaron a salir en sus coches. Poco a poco, el bar se fue vaciando de clientela. Como había solidaridad entre pandillas, los que tenían algún hueco libre nos preguntaban a alguno de nosotros que si nos íbamos con ellos. El interpelado siempre miraba al resto preguntando con el rostro algo así como "oye, que si me voy con éstos, es para que luego vengáis vosotros" Poco a poco, alguno de nuestra pandilla partía hacia Campaspero con ellos. Al final, sin que nadie lo verbalizara, todos habíamos decidido que había que ir allí. Sólo se vive una vez.
A todo esto, llegó César en compañía de Marta. Ya sólo éramos diez jóvenes los que quedaban en el bar.
-Bueno, chicos, que, nos vamos, ¿no? Dijo alguien. Virginia se está durmiendo- Virginia era la mujer que regentaba el bar.
-Yo creo que ya va siendo hora de irnos.
Y todos salimos rumbo a las fiestas de Campaspero.
Nos distribuímos en dos Clíos: el de César y el del amigo de Roberto. Yo iba en el coche de César. Era un coche pequeño, y los que íbamos detrás estábamos algo apretados. César arrancó con un fuerte rugido del motor, al que respondió el dueño del otro Clío, donde iban Roberto y Tomás con los amigos del primero. La noche estaba oscura. Nos esperaba cuarenta minutos de camino por carreteras estrechas, donde cuenta la leyenda que el Helloween, el camionero más loco de Segovia y campeón de pulso por Extremadura, puso su Opel Kadett de inyección a ciento ochenta. Qué peligro tenía el Helloween. Recuerdo que la primera vez que me fui de fiesta, con dieciséis años, me llevó él. Nunca olvidaré cómo adelanto a un R5 en una curva con su destartalado GS a ciento cuarenta. En el radiocassette sonaba "Big gun" de AC/DC a todo volumen. Cuando por fin paramos, besé el suelo, como el Papa. Dios, qué miedo pasé.
Afortunadamente, César era mucho más comedido al volante. No era para menos. Las carreteras no eran para llevar las velocidades que solía tomar Helloween y César no se las conocía del todo bien. Pese a que el Helloween se las conocía la dedillo, pocos de nosotros queríamos ir en su coche, salvo en casos de extrema necesidad. Como cuando a las ocho de la mañana te das cuenta que toda la gente de tu pueblo se ha ido y sólo queda él para que te lleve. Que Dios nos pille confesados.
En la carretera camino de Campaspero sólo había como iluminación las luces de los faros y la de las estrellas. Una cosa que me gustaba de mi pueblo es que podía ver mejor que en ningún sitio las luces del firmamento. En Madrid eso es imposible. Sin embargo, allí tenías un espectáculo para acordarte todo el año.
"he oído que la noche... es toda... magia" Sonaban los Héroes en el cassette del coche de César. Joder, pues es verdad.
- César, ¿queda mucho para Campaspero?