Hola Diego:
Me pediste que te escribiera algo y como a mi me gusta complacer a los niños pues aquí me tienes, escribiéndote. No es que te lo prometiera, pero las peticiones de los niños son más importantes que las de los adultos, porque los niños soléis pedir cosas que merecen la pena, no como nosotros los adultos, que como tenemos las cabezas llenas de cosas sin importancia, lo que queremos no merece la pena.
Pero eso se debe a que los diez años de un niño nada tienen que ver con los de un adulto. Por ejemplo, tú en estos últimos diez años no has hecho más que cosas importantes: aprender a andar, aprender a hablar, a nadar, a montar en bicicleta, a leer y a jugar... Sin embargo, yo, en estos diez años no he aprendido nada de importancia. Bueno, sí, a volar una cometa, pero no me acuerdo de haber aprendido otra cosa importante. Ahora que me doy cuenta eres más listo que yo, porque a ti te ha dado más tiempo a aprender más cosas que a mí en estos últimos diez años.
Ahora mismo estás aprendiendo a tener amigos, y eso sí que es difícil para un adulto como yo. Cuando cumplas más años te darás cuenta de lo valiosos que son los amigos. Ahora, tú bajas a la calle y con un poquito de esfuerzo, en el parque, te podrás hacer amigo fácilmente de otro niño. Sin embargo, si yo bajo a la calle y le propongo de buenas a primeras que un tipo de mi edad sea amigo mío, lo más probable es que piense que estoy majareta y me eche de su lado o me pegue un puñetazo. Te sorprenderá, pero es que los adultos somos así de raros y así de tontos. Los niños, sois más listos y por eso os podéis hacer gran cantidad de amigos.
Pero claro, eso de que los adultos somos un poco estrambóticos no te pilla de sorpresa: cuando nos juntamos tu tía y yo con tus padres empezamos a hablar de cosas aburridísimas las cuales a ti te traen sin cuidado: quieres marcharte cuanto antes de donde estamos. Te voy a contar un secreto: a nosotros también nos aburren, pero como estamos preocupados, no nos queda más remedio que hablar de ellas. Los adultos, cuando no están preocupados, hablan de las mismas cosas que los niños: de jugar al fútbol, de ver lugares bonitos, de montar en bicicleta, de nadar...
Recuerdo que yo con tu edad tenía prisa por ser lo que soy ahora: un adulto. Se me concedió ese deseo, pero como contrapartida yo arrastro una maldición: que a medida que se pasa el tiempo, las tardes cada vez son más cortas. Me explico: antes, con tu edad, una tarde podía durarme una eternidad. Sí, yo me aburría como tú lo haces ahora. Sin embargo, me fui haciendo adulto y ahora las tardes se pasan en un suspiro y créeme, no mola, porque te sorprenderás si te digo que las tardes deben ser largas, para que dé tiempo a disfrutarlas. Que conste que yo me disgustaba tanto como tú, pero qué remedio, si las tardes cuando eres pequeño te parecen un muermazo.
Te queda mucho por aprender y quiero que seas feliz mientras aprendes. Con el tiempo te darás cuenta que saber muchas cosas es maravilloso, pero cada vez serán menos cosas importantes las que aprender, así que disfruta de los que te enseñan, de tus padres y profesores. Y juega con tus amigos, que las tardes son muy largas y te da tiempo de hacer muchas cosas. Ya tendrás tiempo de que se te hagan cortas.
¿Vale, cielo?