martes, enero 15, 2008



De Unamuno me ha contado el gran profesor Julio Rodríguez Puértolas una anécdota muy sabrosa que ya os contaré otro día, pero de momento, quiero recordar aquella otra anécdota famosa de don Miguel y de don José Ortega y Gasset, que menudo par.
Don Miguel era catedrático y cada vez que hablaba sentaba, como no podía ser de otra manera, cátedra, perdón por la redundancia. Era, a decir de algunos, víctima de una enfermedad llamada yoísmo, que para los que no lo sepan, no es otra cosa que ponerse uno como el centro del universo. Cada vez que don Miguel decía "Yo opino", allí no se oía ni una mosca. Se decía que él no dialogaba, que su especialidad eran los monólogos, los cuales todo el mundo sabe que no vienen bien para las tertulias, acaso un poco mejor para las conferencias. La suficiencia unamuniana tenía bastante "mosqueados" a algunos, y entre ellos, parece ser que Ortega y Gasset, que también era propenso a ser magnífica novia de la boda, muerto del entierro y niño del bautizo, no era de los menos enfadados por el magno ego del sabio, así que soltó lo del ornitorrinco. Para quien no lo sepa, un día no soportó más y dijo, bien cargado de ironía que, cuando don Miguel entra en una sala “echa en medio su ego como quien suelta un ornitorrinco”. A lo mejor lo que echaba de menos don José es no tener él en el brazo a su vez algún que otro animal de las antípodas, cuando menos un koala.
¿Y esto que moraleja tiene? Pues nada, que en el fondo está bien eso de quererse uno: tanto don Miguel como don José (siempre se trataban de usted y con el don delante) eran estupendos vendedores de sí mismos y de eso se trata la vida. Por eso, no tengáis miedo de ser demasiado egocéntricos, que ya vendrán los demás para haceros humildes. Pero si ya traíais de serie esa hermosa cualidad, tan mal valorada, por lo menos haced todo lo posible por amaros un poquito a vosotros mismos.
A ver si alguien se os adelanta y trae su propio ornitorrinco.