miércoles, febrero 06, 2008


Hace tiempo, leí en un artículo, creo recordar que en el diario Qué, en el cual se decía que los españoles éramos de los europeos que más trabajábamos. Pues bien, creo que eso es incierto. Es posible que seamos los que más horas estamos al día en el trabajo, pero de ningún modo somos los más trabajadores. Para demostrarlo, sólo hay que comprobar nuestra tasa de productividad, que es de las peores de esta parte civilizada del mundo.
Cogemos el coche, le tren o el metro temprano por la mañana. Dedicamos al transporte entre hora y hora y media hasta llegar al centro de trabajo; nos pasamos allí, siete, ocho, diez horas, que se hacen a veces duras y largas; iniciamos la vuelta, empleando un tiempo similar al de la ida; llegamos a casa derrotados. Sin embargo, cuando nuestro cónyuge nos pregunta: ¿Y qué tal se te ha dado el trabajo hoy? Aún estando cansadísimos, respondemos (si somos sinceros) "Pues mira, hoy no he hecho gran cosa". Sin embargo, motivos hay para estar agotados: tantas horas fuera cansan a cualquiera y perdón por la mala rima.
Con el estudio pasa igual:
- ¿Qué tal se te ha dado los estudios hoy, Tristo?
-Pfff, buenooo...Regular..Pero he estado ocho horas con los codos en la mesa.
Y sin embargo, de las ocho horas, aprovechadas sólo han sido cuatro. Las demás, han sido empleadas en una bonita excursión por los cerros de Úbeda o mirando a las Batuecas, en las que nunca he estado físicamente pero a las que hasta he hecho viajes astrales cuando he estado estudiando o trabajando. Lo peor de todo es que, tanto cuando he estado concentrado, como cuando no, el esfuerzo de estar ocho horas sentado frente a los apuntes ha sido el mismo. Sin embargo, mi rendimiento ha sido menor cuando mi cerebro decidía prolongar la pausa del café.
Tengo un primo que vive en Alemania por razones de trabajo. La multinacional donde trabaja le ofreció el marcharse de aquí a la central. Pese a ser la misma empresa, nos cuenta que las diferencias entre las formas de trabajo de aquí a las de allí son abismales. Aquí se están más horas en la oficina y allí muchas menos. Sin embargo, dice mi primo, se trabaja mucho más allí que aquí; mientras que aquí según él se pierde más el tiempo en cafés, Internet, reuniones o comidas, allí, la gente se ponía a trabajar desde el primer minuto. Eso sí, cuando llega la hora de la salida, todo el mundo suelta el bolígrafo y para casa. Ni una hora de más. Y si se hacen, se acumulan para prolongar las vacaciones. Dice mi primo que a las seis de la tarde no hay una sola oficina abierta en Alemania; aquí es frecuente que a las ocho todavía haya gente en ellas, muchas veces haciendo el paripé, para que les vean los jefes los sacrificios que en apariencia hacen por la empresa o para poder decir en su casa lo mucho que trabajan.
En otro artículo que leí, creo que del mismo periódico, también decía que los españoles somos los que menos dormimos. Normal. Aparte de ser buenos oficinistas, tenemos que responder a la cultura de la juerga hispana. Después de una opípara comida de trabajo, pelotazo con los compañeros a la salida del curro y mañana será otro día. A la mañana siguiente, destrozados al ir al curro. "En cuanto llegue, lo primero que voy a hacer es tomarme un café en la máquina. A ver si se viene alguien conmigo".
Así no hay quien aumente la productividad. Un cuñado mío, que fue representante de una empresa de hormigón, me contaba que él temía el día que le tocaba cobrar a algún cliente porque eso significaba tres horas extras de trabajo. Llegaba a la oficina, y el fulano de turno decía. "Espera, que cierro el chiringo y hablamos de ello en un asador que conozco que preparan unas carnes que no veas" y mi cuñado tenía que aguantar al tipo hasta que éste se cansaba, y además pagar la cena, o lo que se terciara. "Y no dudes, Tristo, que eso era trabajar, Yo no disfrutaba ni del vino, ni de la comida, ni de nada. Yo lo único que quería era agarrar el dinero que nos debía e irme a casa con mi mujer".
Quizá lo que pasa es que los españoles confundimos placer con trabajo, hacemos un revoltijo invivible y ni nos divertimos, ni trabajamos. Eso sí, estamos muy cansados sin razón pero con motivo. Dios me libre de que se prohíba la cultura de la juerga y la gastronomía hispana, pero un poco de organización, por favor. En primer lugar, yo aboliría las jornadas partidas, pues se ha demostrado que no se rinde más con ellas, y en segundo lugar, prohibiría las reuniones y más de un café en horas de trabajo. En tercer lugar, nada de trabajar más de ocho horas al día, que el domicilio queda lejos. Y no lo haría por razones de productividad de la empresa, sino por razones de salud y por la conciliación laboral y familiar del trabajador.
Cada cosa a su tiempo, que es cosa muy valiosa y no es como para perderlo en hacer como que trabajamos.