lunes, noviembre 06, 2006

Hoy estoy un poco triste, porque se ha jubilado mi bibliotecaria y amiga Inés. El tiempo no pasa en balde.
Yo siempre he sido una rata de biblioteca. Si alguien puede presumir en mi barrio de antigüedad como socio de la biblioteca, ése soy yo. El año que viene hago veinte años como tal,aunque la primera vez que pisé la biblioteca fue con ocho años, en que me leí en una tarde Astérix el Galo, y me gustó una barbaridad.
Unos años después, en mi adolescencia, entró a trabajar de bibliotecaria una señora madura: Inés del alma mía. Tenía modales exquisitos y auténtica aversión al ruido, casi un requisito imprescindible para ejercer como bibliotecario/a.
Inés era exiliada chilena. Vino a España allá por el 74. Es decir, la época de cuando Chile pasaba de ser un país civilizado a ser un país de las cavernas y a su vez, España pasaba de ser un país de las cavernas a un país... ¿Civilizado? Bueno, hay veces que lo dudo. Con los precios actuales de los pisos, yo creo que quieren que volvamos a vivir en las cavernas.
Inés era profesora Universitaria allá en Chile. Se especializó en lengua inglesa. Sus orígenes no eran en modo alguno humildes, se puede decir que era de clase acomodada. Creo que se crió en una casa con criada y arañas de las que dan luz en los techos. Pese a ello, era una mujer de izquierdas y por supuesto, creía en los valores e ideales del gobierno de Salvador Allende.
Quien haya estado en una universidad, sabrá que no es difícil saber de que pie cojea cada uno. Al fin de al cabo, una universidad no es otra cosa que laboratorio de ideas, mesa de debate y centro de reunión y estudio: Inés no ocultaba sus afinidades políticas y los chivatos no tardaron en comunicarlas a los servicios de espionaje.
Inés y su marido tuvieron que huir y venir como exiliados aquí a España.
Ella, en los ratos que pasamos juntos, me contó historias atroces: de cómo, por ejemplo, avisaban a su hermana, que era sanitaria, para ayudar a los médicos a recomponer las vaginas de las disidentes de la dictadura, destrozadas por las bayonetas de los militares. De cómo se deshicieron familias enteras y otras muchas, muchísimas barbaridades que merecerían estar en la Historia Universal de la Infamia que escribiera el vecino Borges.
Inés, como todo exiliado, al principio de venir aquí, sufrió mucho. Pese a los lazos de unión que, en teoría, proporciona el idioma español a nuestros respectivos pueblos, ella me dijo que sintió un choque brutal al venir por la diferencias de costumbres. Decía que echaba de menos la melosidad y cortesía en el trato cotidiano que en general tenían los chilenos, nos notaba a los españoles, a los madrileños en concreto, muy secos, más distantes. Decía también que hablábamos muy alto, cosa que en mi caso era verdad, pues siempre estaba chistándome en la biblioteca. Eso sí, como era mujer viajada, decía, que, comparándonos con gentes de otros países, éramos de lo mejor, pero yo creo que tal vez lo decía para regalarme los oídos.
Siempre estaba con un libro en la mano, de autores anglosajones casi siempre, y, por supuesto, editado en lengua inglesa. Era una devota de la literatura anglosajona y creía en la supremacía de dicha literatura sobre todas las demás. Yo, por supuesto, en eso discrepaba, más que nada, porque alguien tiene que defender a Cervantes de los ataques de los ardorosos adoradores de Shakespeare, como el crítico Harold Bloom, que si habéis leído su libro "El canon occidental", sabréis lo pesadito que se pone acerca de la supremacía de Shakespeare frente a los demás escritores, incluido Cervantes. Pues bueno.
Inés era una mujer de mundo a su pesar. Hay veces, que, parafraseando a Delibes "deberíamos ser como un árbol, que nacemos y morimos donde nos plantaron". Como muchos inmigrantes en la actualidad, Inés perdió la tierra donde estaban plantadas sus raíces. Por ella me di cuenta de que nadie viene aquí por gusto: no hay inmigrante o exiliado que le guste más España que su propio país, por mísero que éste fuera.
Fue un honor conocerla. Aunque me duela, tal vez lo mejor es que no la hubiera conocido, y en vez de jubilarse como bibliotecaria en España, se hubiera jubilado como profesora universitaria en Chile.
Inés, hasta siempre.