lunes, septiembre 10, 2007


Lo que más temo a la hora de escribir es el silencio de mi cerebro. Escribir es como preguntar a mis neuronas:
-Señoritas, tienen algo que contarme hoy?
Y las muy puñeteras la mayor parte de las veces se quedan calladas, en un silencio que conozco desde hace años. Como aquella vez que con ocho años intenté buscar el chiste definitivo y sólo me salió uno de un señor que iba a una gasolinera a pedir una lata de sardinas:
-¿Me da usted una lata de sardinas?
Y después, mutismo neuronal. Desde entonces no sé cómo termina el chiste. Empezó hace más de veinte años y todavía no he encontrado el final del chiste definitivo. Los Monty Python si que inventaron un chiste definitivo; gracias a ellos, Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial porque sus soldados se murieron de risa.
Si a mí me cae una manzana de un árbol, mis neuronas se quedan como están; no dirían siquiera: "mmmmm, qué rica manzana" porque saben que las manzanas no me gustan. Si no se me puede ocurrir de buenas a primeras la ley de la gravedad, ¿Cómo voy a terminar el chiste de la lata de sardinas? Mi chiste quedó en un bucle infinito. A lo mejor me estoy aproximando a otra ley de la física que desconozco:
-¿Me da usted una lata de sardinas?
-Aquí sólo se venden gasolinas
-¿Me da usted una lata de sardinas?
-Aquí sólo se venden gasolinas
-¿Me da usted una lata de sardinas?
-Aquí sólo se venden gasolinas
-¿Me da usted una lata de sardinas?
-Aquí sólo se venden gasolinas
Y nada, que el chiste se queda como en un disco rayado. Todo porque no puedo idear ese final tan gracioso por cuya inexistencia llevo frustrado veinte años.
Decía el filósofo Leopold Witgenstein que de lo que no se puede hablar, mejor callar. Y claro, un chiste que se conduce mal tiene que acabar mal a la fuerza. Quizá debería haberme callado y no comenzar el chiste. Reto a cualquiera de mis lectores más rijosos a que finalicen un chiste con tal mal comienzo. Quizá debería haberme callado ese principio de chiste; desde pequeño siempre perdí todas las oportunidades de callarme.
Para crear, como todo en la vida, se necesita tener sobre todo un buen comienzo; y mezclar sardinas con gasolina no conduce a nada bueno.